Monday, November 13, 2006

 

Máscara negra, Índice


Los mexicanos son los seres más bellos de
la Tierra. País adorable. El gobierno mexi—
cano todavía parece controlado por Sata—
nás: eso es lo único malo. Todos los mexi—
canos lo saben, lo temen y, a fin de cuentas,
no hacen nada por remediarlo, a pesar de
las revoluciones...

Malcolm Lowry, 1947



ÍNDICE
Composición de lugar

Antes y después de Black mask
La abuela de la novela policiaca
El señor Holmes
El policía que todos llevamos dentro
Negro es el color de la novela
La ficción policiaca
Política del enigma
La novela criminal
El discurso del patíbulo
Crucitrama
Un buen detective nunca se casa
Política de la novela
Borges y la literatura policiaca
La novela roja
A sangre fría
Justicia Highsmith
Y desapareció como un puño cuando se abre la mano
La señora James
Prefabricación
Lucky Strike
El caso Fonseca
La carga de la prueba

La extraña muerte de los gemelos ginecólogos
Política y espionaje

Lo policiaco transnacional
Juan el cuadrado

El agente confidencial
La máscara de Dimitrios
Política del delito
El poder policiaco
El problema de la policía
Política y policía
El optimismo de la polémica
Puertas abiertas
El paradigma mafioso
Malgrado tutto
Memoria a futuro
Cosas de Cosa Nostra
Mafia o Estado

Salvatore Giuliano
El guión de Chinatown
El Nigromante, inspector en Pitiquito
La judicialización del norte
El avión de la muerte
El estado de la Sierra Madre
La épica de la droga
De caminos
Felis Catus
El circuito de la legitimidad

La paradoja del gángster
El poder de la familia Hank
La Suburban
Un crimen perfecto
Crimen de Estado
Las policías sueltas
La rueda de la tortura
La reina de las pruebas
Caminos sin ley
El país legal y el país real
Corona de sangre
Hombres de respeto
Misterios y secretos
¿Quién es ese hombre bañado de sangre?
Qué, quién, cómo, cuándo y dónde
El asesinato político
La criminalización del Estado





 

La carta robada

Después de mucho perder las cosas, de buscarlas por aquí o por allá, uno podría encomendarse no al azar sino a algo que muy frecuentemente puede suceder: que la cosa extraviada se encuentre frente a nuestras narices. Por eso siempre que pierdo algo, un libro en la caótica biblioteca, lo primero que hago es ponerme frente al librero y ver lo que me queda enfrente. Y allí está.
¿De dónde viene esta actitud? De un cuento que Edgar Allan Poe, el inventor del cuento policial, escribió en 1848, que títuló “La carta robada” y que ha pasado a la historia como un apólogo para entender la curiosa idea de que la mejor forma de esconder una cosa es poniéndola en frente de todo el mundo. Yo por mi parte pienso que este cuento nos hace ver también que muchas veces tenemos las cosas frente a nuestras narices y no las vemos.
¿En qué célebre asesinato se da esta circunstancia de que a la luz del día, a las seis de la tarde, enfrente de una multitud que va y viene por la avenida Insurgentes, ante decenas de testigos, un gatillero le encaje un balazo a su víctima? No fue ése el único misterio que emanó de la muerte de Manuel Buendía en 1984 per sí uno de sus más sutiles. ¿Por qué hubo de hacerse así cuando podrían haberlo ultimado en la oscuridad y en el descampado? ¿O venadeado? Misterio.
Poe se demora en quisquillosas conversaciones sobre el oficio policiaco; es decir, sobre el arte de buscar cosas en una casa y establece lo que técnicamente se reconoce como el “ámbito de búsqueda”: revisar cajones, examinar la tapa de una mesa por debajo, verificar si una pata de la misma está perforada o no. El agente procede por eliminación, pero sólo en el caso de que alguien haya decidido esconder algo.
En la historia que nos ocupa la sagacidad del personaje es que decide no ocultarla sino dejarla por ahí, en la mesa del centro, frente a la que pasan todos. Sin embargo, Auguste Dupin —el amigo que cuenta la anécdota a Poe, convencionalmente— sí capta la astucia del otro; descubre que no la está escondiendo y de pronto, justamente por tener dobleces y arrugas demasiado fingidos, le clava el ojo arriba de la mesa. Y en un descuido la toma y la sustituye con un facsímil. La encuentra él, no los policías.
Esa es la historia que ha sido, por lo demás, objeto de múltiples estudios en el orden de la reflexión psicoanalítica. Entre los discípulos del doctor Jacques Lacan se dice que para cada quien la carta es el inconsciente. “El fondo de todo drama humano, y en particular de todos drama teatral, radica en que hay vínculos, nudos, pactos establecidos”, dice Lacan.
La carta robada pasa a ser entonces una carta escondida y los policías no la encuentran porque no saben qué es una carta. Y no lo saben porque son policías, “Todo poder legítimo, al igual que cualquier poder, se asienta en el símbolo.”
Lo que sucede, agrega Lacan, es que sólo en la dimensión de la verdad puede haber algo escondido. “En lo real, la idea misma de un escondite es delirante: por lejos que haya ido alguien a llevar algo a las entrañas de la tierra, ese algo está escondido, porque si ese alguien llegó hasta allí también ustedes pueden llegar. Sólo se puede esconder aquello que pertenece al orden de la verdad. Es la verdad la que está escondida, no la carta. Para los policías la verdad no tiene importancia, para ellos sólo existe la realidad, y por esta razón no encuentra nada.”
Si Auguste Dupin da con la carta es porque él ha reflexionado un poco sobre al símbolo y la verdad. Los policías en general no tienen esa sensibilidad; no captan las sutilezas de la conducta humana. A veces una carta de suicida resulta falsa no por lo que dice sino por lo que no dice. O por la discordancia entre su estilo y la persona fallecida, que no se expresaría de esa manera. Pero la policía no tiene por qué saber cuestiones de estilo.
Muchas veces tenemos las cosas frente a nuestros narices y no las vemos. Ejemplos: los Halcones de 1971. Es evidente que todos están cortados con la misma tijera. Todos tienen la misa edad, 23 años más o menos y miden prácticamente lo mismo. No son gordos ni flacos. Visten el mismo tipo de ropa. Si alguien los hubiera reclutado entre jóvenes del lumpen lo natural es que habría dado con tipos físicos muy diversos, de diferentes pesos y medidas. No vimos, pues, algo que está allí en todas la fotografías: que los golpeadores parecen salidos de un regimiento profesional.
Otra evidencia invisible: las maletas de Carlos Ahumada repletas de millones de dólares. ¿De dónde los sacó? ¿Mandó un ayudante a que comprara billetes de veinte y de cincuenta a la las cajas de cambio de la Zona Rosa? ¿Por qué no había pesos mexicanos? Sólo el candor y la inocencia del general Macedo de la Concha, procurador hace unos años y ahora diplomático en Italia, impidieron que se viera en esas maletas el sello inconfundible de su procedencia.
Otra obviedad invisible, pero que pasa frente a nuestros ojos todos lo días: la loca, estúpida guerra de Irak. No había en su territorio ni armas nucleares ni químicas. No se encontraron ni se van a encontrar. No habían atacado a Estados Unidos los irakíes. Pero la invasión la hicieron los estadounidenses y los británicos, que sólo cuentan a los muertos de su lado (un poco más e 2 mil marines, dicen) y no llevan el recuento de más de 100 mil muertos civiles, sin considerar a los sobrevivientes mutilados para siempre.
Lo más efectivo, pues, es cometer los crímenes delante de todo el mundo.



Thursday, November 09, 2006

 

La intimidad del desierto

A Marina Ruiz Girón

¿De qué manera el narcotráfico ha incidido en el imaginario colectivo de un pueblo sonorense? Ése es el tema de la tesis de Natalia Mendoza Rockwell:
LA INTIMIDAD DEL DESIERTO. Moral, identidad y tráfico de drogas en un lugar complicado. Reflexión etnográfica.
Su análisis de las percepciones que en el pueblo de Santa Gertrudis se tienen sobre el trabajo, el dinero, los bienes de consumo y la ostentación abre caminos interesantes para el estudio del crimen organizado y su implantación en comunidades específicas en otras ciudades del país. La misma metodología etnográfica podría transferirse a una ciudad fronteriza como Tijuana para estudiar, por ejemplo, cómo la sociedad tijuanense ha asimilado la cultura del narco e integrado en sus esferas más altas a familias y parientes de narcotraficantes. También podría imaginarse un análisis de los cambios que se han producido en la moral ambiente, en las relaciones laborales y amorosas, de todo el país: una suerte de indagación en los cambios de mentalidad a nivel nacional.
¿Qué consecuencias ha tenido la economía criminal en el imaginario colectivo del mexicano?
La estudiante del Colegio de México —que tuvo como director de su tesis a Fernando Escalante Gonzalbo— se acerca a los habitantes de Santa Gertrudis como entrevistadora de campo.

* * *
—¿Al patrón de tu papá lo has visto? ¿Lo has visto?
—Es chaparrito, siempre de trajecito. Nunca en la vida me ha tocado ver a una persona con tanto pinche dinero y que sea tan servicial, tan buena gente. A los burreros les habla de por favor, de usted. Y siempre trajeadito. Es super educado, por eso la gente luego le achaca que es joto. Lo que pasa es que es muy educado y político para hablar.

· * *

—¿Has andado con judiciales?
—Con uno, con E.
—¿Cómo era?
—Es una misma pinche cosa. Yo no hallo mucho la diferencia entre judiciales y narcos. Hacen los mismo. Lo único es que trae charolita.
—¿Cómo era?
—Buena onda, medio mamonsón, típica actitud de mafiosito mamón. Andaba en lo mismo. Aquí nada más se trata de agarrar feria, a la gente le vale madre, Nadie, menos los judiciales, ninguna ley.

* * *

—El dinero del narcotráfico se parece al dinero de las apuestas, que es el otro que no dura y tiende a crear desgracias. No se gana, porque no implica trabajo.

* * *

—El tráfico de drogas ofrece una especie de subsidio, un tiempo de gracia, al viejo estilo de vida; permite mantener ranchos que ya no son rentables, permite no migrar y, sobre todo, no incorporarse al mercado del trabajo asalariado.

* * *

—¿Te has imaginado ser tú una mafiosa?
—Pues sí, alucinando, acá…
—¿Y cómo te imaginas?
—Perrón, acá, chingona. Con un carro poca madre, arreglada con batos pesados y la chingada…
—¿Alguna vez lo has hecho?
—No mames, morra, no te puedo contar eso. Siento como si mi amá me estuviera oyendo.

* * *

—Ahora ya no encuentras quién te limpie el corral o te arregle un cerco. Prefieren aventarse tres días burreando y ganar lo de un mes.
—¿Está mal?
—Para nada, es un trabajo como cualquier otro. Tiene sus riesgos, no es tan fácil, no matas a nadie. Que lo vean mal es otra cosa. Pero dinero fácil… dinero fácil pura madre. Es una pinche putiza.

* * *

La autora se pregunta si no fue el exotismo de la narcocultura lo que la llevó a ese pueblo del norte de Sonora. En lugar de ello se encontró con la vigencia de la moral y las normas rancheras de la tradición cívica sonorense. Sea como haya sido, su conclusión es que el narcotráfico como contracultura (los narcocorridos, la violencia, el machismo) es un fenómeno relativamente marginal. “Un cambio importante es un paulatino divorcio entre el esfuerzo y el mérito, que era uno de los pilares de la sociedad ranchera de Santa Gertrudis, una progresiva devaluación del esfuerzo físico”.
La gente se va al narcotráfico hormiga para hacerse de mil o dos mil dólares en un par de días, pero sabe que el “dinero fácil” también se va fácilmente de las manos.
“El dinero de la burreada te dura una semana, y se me hace mucho. En dos o tres días ya no tienes un cinco. Es rara la gente de aquí que se dedique al narcotráfico y que tenga algo.”
En cuanto a los criterios identitarios siempre hay diferencias y clases entre los nativos de Santa Gertrudis: el peligro viene del sur y los únicos que matan son los sinaloenses. No sólo no es lo mismo un narco colombiano que uno mexicano, sino que nadie en Santa Gertrudis diría que es lo mismo un narco del pueblo que uno de Sinaloa.
Nunca había habido tanto dinero, tantas casas lujosas, pero prevalece la sensación de que todo se derrumba, de que todo y todos están corrompidos, de que el precio moral que se paga por ese auge es excesivo. Con la coca las borracheras duran más.
Lo paradójico es que Santa Gertrudis es un pueblo moderno: con una carretera que lo parte por la mitad, a una hora de la frontera con Estados Unidos, con tres cafés de internet, con una enorme densidad de automóviles, teléfonos celulares y aparatos de televisión. Un lugar con un mínimo de analfabetismo, con seis escuelas primarias laicas; un lugar cosmopolita: donde hace muchos años llegaron chinos, japoneses, franceses y un par de griegos, donde pasan diariamente miles de personas de todo México y Centroamérica y algunos de Venezuela, Brasil, y hasta de Filipinas, Rusia y China.

http://crimenypoder.blogspot.com/ [Máscara negra]


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