Sunday, September 03, 2006

 

Qué, quién, cómo. cuándo y dónde

En nuestra inconmensurable e infinita ignorancia, ahora que mi otro yo y un servidor nos pusimos a redactar un manual de periodismo nada ortodoxo (Periodismo escrito), colocamos en las primeras páginas referidas a las especialidades periodísticas el famoso esquema de las cinco W, en la esfera anglosajona, o las cinco Q en nuestro ámbito lingüístico; es decir, las famosas interrogantes qué, quién, cómo, cuándo y dónde para confeccionar de manera cabal una nota informativa. Ya se sabe que la noticia, pues, tiene su estructura (la de la pirámide invertida o la del triángulo de cabeza) y que esta armazón viene desde mediados del siglo XIX, en los tiempos de la guerra civil estadunidense, cuando por las inseguridades técnicas del telégrafo los corresponsales trataban de empezar por el final, por la conclusión de la nota, en caso de que el servicio telegráfico se interrumpiera. Basta que un reportero salga a la calle con las preguntas clásicas, decíamos, para que recoja bien su material y elabore su nota. Es más, no se necesita asistir a la escuela para estudiar periodismo. Basta estar un poco alfabetizado –o muy leído en economía, derecho, semiótica, literatura y, sobre todo, historia— y plantear las cinco preguntas.
Pero lo que no sabíamos yo y mi otro yo es que estas preguntas clásicas, como todo lo clásico, vienen de mucho más atrás. Se trata de un hexámetro técnico que encierra lo que en retórica se llama las circunstancias: la persona, el hecho, los medios, los motivos, la manera y el tiempo, mediante las interrogantes: quis, quid, ubi, quibus, auxiliis, cur, quomodo, quando? Es decir: ¿quién, qué, dónde, por qué medios, por qué, cómo, cuándo?
Si las páginas rosas de nuestro Pequeño Larousse ilustrado, consagradas a los latinajos más socorridos, no nos dejan mentir, debemos a Quintiliano esta batería de preguntas que resume asimismo toda la instrucción criminal y que debe cumplir toda novela policiaca para que no queden cabos sueltos: ¿Quién es el culpable? ¿Cuál es su crimen? ¿Dónde lo cometió? ¿Con qué medios y con qué cómplices? ¿Por qué? ¿De qué modo? ¿En qué tiempo? Y que son seguramente las que los integrantes de las diferentes comisiones para la indagación del caso Colosio se han propuesto contestar, aunque habría que añadir otra: ¿para qué? ¿Con qué objetivo? Un poco como sugería Shakespeare: no te preguntes por qué un personaje, en Macbeth por ejemplo, hace tal cosa, sino para qué, con qué función.
Habría que permitir en la investigación el acceso de psicoanalistas de la escuela lacaniana, puesto que ellos saben de los ocultamientos que pueden producirse cuando alguien cuenta una historia. A veces son más interesantes y significativas las cosas que no se dicen que las que se dicen: las omisiones. Lo que cuenta es lo no dicho: lo omitido.
“Lo que interesa es lo que se distorsiona o se des—historiza al contar”, dice Fernando del Moral López en El psicoanálisis a la luz de Jacques Lacan (Editorial Campo Lacaniano, México, 1986).
Para unos miembros de las comisiones quedó clarísimo que Aburto obró solo. A otros les quedaron algunas dudas: ¿por qué tanto interés por parte de Aburto en dar tantos detalles y explicaciones no solicitadas cuando narra su traslado del centro de Tijuana a Lomas Taurinas?
Es improbable que nuestros más brillantes penalistas tengan una educación tan literaria y sutil como la que se necesita para percibir el sentido de ciertos giros en el discurso, si Aburto atenúa o enfatiza algún detalle, o si es cierto –como afirman los psiquiatras— que su condición esquizoide empezó a configurarse en mayo y no desde antes, en marzo, en el teatro de los acontecimientos.
¿Por qué, pues? ¿Cómo? ¿Para qué?



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