Wednesday, September 06, 2006
Prefabricación
El problema es tan perverso, imaginativo, sádico, que ni siquiera existe en español una palabra justa para designarlo sin equívocos. Producto de la imaginación criminal, es lo que entre ingleses y norteamericanos se conoce como frame up: el montaje de una serie de indicios para culpabilizar a alguien. “Conspirar para acusar a una persona inocente. Arrestar o provocar la detención de una persona por medio de pruebas falsificadas”, se lee en el Dictionary of American Slang. Es lo que se dice “poner un cuatro”, como cuando alguien –pero la mayor parte de las veces la policía— carga a la víctima con el cuerpo de un delito que no cometió. El caso típico de nuestra barroquísima cultura criminal es cuando la policía coloca cocaína o mariguana a alguien en su auto o en su casa y luego lo acusa y lo detiene. Cuando mucho la jerga criminológica en castellano mexicano se aproxima a eso llamándolo “prefabricación”, en una forzada adaptación del inglés to fabricate, que quiere decir forjar, inventar con falsedad.
Lady Killer, de la novelista japonesa Masako Togawa, es precisamente eso: la historia de una serie de “prefabricaciones” en cadena, “una venganza japonesa, la más elaborada filigrana de la crueldad”, según la solapa de sus editores (Ediciones B, Grupo Z, Barcelona, 1987).
Nacida en Tokio en 1933, Masako Togawa debutó como cantante a los 23 años en el Gin Pari, un conocido night club, y a los 25 publicó su primera novela, La llave maestra (1962) que le valió el premio Edogawa Ranpo. Lady Killer (Ryiojin Nikki) es de 1963, se convirtió en un best seller y fue adaptada a la televisión. En junio de 1988 asistió como representante de su país al Cuarto Encuentro de la Asociación Internacional de Escritores Policiacos que se celebró en Gijón, España, y en una fotografía que publica la revista Enigma, órgano de la AIEP, aparece joven y guapa, a pesar de sus 57 años, junto a Yuliam Semionov, Paco Ignacio Taibo II y Roger Simon.
Ichiro Honda, el protagonista de Lady Killer, es especialista en computadoras y trabaja cinco días a la semana en una compañía importante de Tokio. El viernes por la tarde se traslada en avión a Osaka para estar sábado y domingo con su mujer, quien ha preferido seguir viviendo en su ciudad natal. Pero este ejecutivo intachable, después de su jornada de ocho horas, vuelve a su hotel de entre semana sólo para cenar y asearse y asumir otra existencia en las calles de Tokio. “Antes de entrar en el taxi se detenía un momento y aspiraba el aroma de Tokio, que parecía compuesto de oscuridad y neón.”
Satisfecho por el cambio que la noche provocaba en la ciudad, se entregaba a ella buscando los lugares donde lo esperaban las mujeres: oficinistas, estudiantes, mecanógrafas, peluqueras, que lo esperaban en los cafés, en los salones de baile, en los cines, añorando un amor. Asumía diversas identidades, casi siempre se decía japonés que no había nacido en Japón, sino más bien en Londres o en Chicago. Unas noches era músico o pintor, otras piloto de línea aérea, poeta o barman. Le gustaba también hacerse pasar por corresponsal de un diario extranjero. Aparte de su habitación en el hotel, rentaba un estudio en otra parte de la ciudad cuyo guardarropa estaba repleto de trajes y chaquetas, gabardinas, gorras de cazador, sombreros de calle y boinas francesas, las prendas más adecuadas para el personaje que se proponía representar.
Llevaba un diario, su “Diario del cazador”, en el que iba anotando sus aventuras con mujeres. Lo tenía desde hacía muchos años y estaba casi lleno.
Al leer cada anotación, rememoraba sus victorias, volvía a paladear el sabor de cada mujer. Evocaba el tacto de un pecho en su mano, el deslizarse de la ropa interior a lo largo del cuerpo hasta caer al suelo… Repasar las experiencias del pasado le preparaba para los placeres que le esperaban por la noche.
Hacia la mitad de la novela son por lo menos cinco las mujeres asesinadas luego de que Honda ha estado con ellas. Coteja los datos de la nota roja de los periódicos con las descripciones que ha hecho en su diario y en cierto momento duda, no sabe (como no lo puede saber el lector) si ha sido él el asesino. Ignora que su locura tiene una contraparte, la locura de alguien que lo persigue y le va poniendo cuatros, colocando indicios para inculparlo. Un abogado, Shinji, aparece en la tercera parte de la novela para hacer que todas las piezas del rompecabezas embonen perfectamente.
El oficio de Masako Togawa como narradora se va apreciando en la minuciosa construcción de la trama, al erigir, como dice Andreu Martín, un delicado castillo de naipes cuya dificultad, humildemente, procura que quede oculta. Todo el planteamiento, desde la primera hasta la segunda parte, constituye la urdimbre de la “prefabricación” concebida y puesta en funcionamiento por el personaje de la otra locura, la X que al final habrá de despejarse para resolver la ecuación de la trama.
No se sabe con Masako Togawa por dónde habrá de saltar la liebre. El lector acepta encantado las reglas del género, especialmente porque es llevado de la mano por una suave inteligencia narrativa que no teme hacerlo transitar por los imprevistos senderos de la voluptuosidad que antecede al crimen. La historia tiene lugar en el Tokio de los años 60, y para entender su “moral peculiar”, su “filosofía distante”, como apunta Andreu Martín, no es necesario leer antes El crisantemo y la espada, de Ruth Benedict, pero sí tomar en cuenta que en Japón la nuca de la mujer se considera tan erótica como en Occidente el escote.
Lady Killer, de la novelista japonesa Masako Togawa, es precisamente eso: la historia de una serie de “prefabricaciones” en cadena, “una venganza japonesa, la más elaborada filigrana de la crueldad”, según la solapa de sus editores (Ediciones B, Grupo Z, Barcelona, 1987).
Nacida en Tokio en 1933, Masako Togawa debutó como cantante a los 23 años en el Gin Pari, un conocido night club, y a los 25 publicó su primera novela, La llave maestra (1962) que le valió el premio Edogawa Ranpo. Lady Killer (Ryiojin Nikki) es de 1963, se convirtió en un best seller y fue adaptada a la televisión. En junio de 1988 asistió como representante de su país al Cuarto Encuentro de la Asociación Internacional de Escritores Policiacos que se celebró en Gijón, España, y en una fotografía que publica la revista Enigma, órgano de la AIEP, aparece joven y guapa, a pesar de sus 57 años, junto a Yuliam Semionov, Paco Ignacio Taibo II y Roger Simon.
Ichiro Honda, el protagonista de Lady Killer, es especialista en computadoras y trabaja cinco días a la semana en una compañía importante de Tokio. El viernes por la tarde se traslada en avión a Osaka para estar sábado y domingo con su mujer, quien ha preferido seguir viviendo en su ciudad natal. Pero este ejecutivo intachable, después de su jornada de ocho horas, vuelve a su hotel de entre semana sólo para cenar y asearse y asumir otra existencia en las calles de Tokio. “Antes de entrar en el taxi se detenía un momento y aspiraba el aroma de Tokio, que parecía compuesto de oscuridad y neón.”
Satisfecho por el cambio que la noche provocaba en la ciudad, se entregaba a ella buscando los lugares donde lo esperaban las mujeres: oficinistas, estudiantes, mecanógrafas, peluqueras, que lo esperaban en los cafés, en los salones de baile, en los cines, añorando un amor. Asumía diversas identidades, casi siempre se decía japonés que no había nacido en Japón, sino más bien en Londres o en Chicago. Unas noches era músico o pintor, otras piloto de línea aérea, poeta o barman. Le gustaba también hacerse pasar por corresponsal de un diario extranjero. Aparte de su habitación en el hotel, rentaba un estudio en otra parte de la ciudad cuyo guardarropa estaba repleto de trajes y chaquetas, gabardinas, gorras de cazador, sombreros de calle y boinas francesas, las prendas más adecuadas para el personaje que se proponía representar.
Llevaba un diario, su “Diario del cazador”, en el que iba anotando sus aventuras con mujeres. Lo tenía desde hacía muchos años y estaba casi lleno.
Al leer cada anotación, rememoraba sus victorias, volvía a paladear el sabor de cada mujer. Evocaba el tacto de un pecho en su mano, el deslizarse de la ropa interior a lo largo del cuerpo hasta caer al suelo… Repasar las experiencias del pasado le preparaba para los placeres que le esperaban por la noche.
Hacia la mitad de la novela son por lo menos cinco las mujeres asesinadas luego de que Honda ha estado con ellas. Coteja los datos de la nota roja de los periódicos con las descripciones que ha hecho en su diario y en cierto momento duda, no sabe (como no lo puede saber el lector) si ha sido él el asesino. Ignora que su locura tiene una contraparte, la locura de alguien que lo persigue y le va poniendo cuatros, colocando indicios para inculparlo. Un abogado, Shinji, aparece en la tercera parte de la novela para hacer que todas las piezas del rompecabezas embonen perfectamente.
El oficio de Masako Togawa como narradora se va apreciando en la minuciosa construcción de la trama, al erigir, como dice Andreu Martín, un delicado castillo de naipes cuya dificultad, humildemente, procura que quede oculta. Todo el planteamiento, desde la primera hasta la segunda parte, constituye la urdimbre de la “prefabricación” concebida y puesta en funcionamiento por el personaje de la otra locura, la X que al final habrá de despejarse para resolver la ecuación de la trama.
No se sabe con Masako Togawa por dónde habrá de saltar la liebre. El lector acepta encantado las reglas del género, especialmente porque es llevado de la mano por una suave inteligencia narrativa que no teme hacerlo transitar por los imprevistos senderos de la voluptuosidad que antecede al crimen. La historia tiene lugar en el Tokio de los años 60, y para entender su “moral peculiar”, su “filosofía distante”, como apunta Andreu Martín, no es necesario leer antes El crisantemo y la espada, de Ruth Benedict, pero sí tomar en cuenta que en Japón la nuca de la mujer se considera tan erótica como en Occidente el escote.