Wednesday, September 06, 2006
Política y delito
A medida que en México se va desvaneciendo el Estado y van ocupando su lugar los intereses particulares y de grupo, un libro como el de Hans Magnus Enzensberger, Política y delito, terminado de escribir en junio de 1964, invita a una lectura que no es la misma de 1966, el año en que lo dio a conocer en español la editorial Seix Barral. No es la misma lectura porque un libro es como el río de Heráclito: nunca es el mismo cuando lo releemos, aunque sus verdades ya estaban allí en sus páginas… sólo que no se nos habían revelado en toda su deslumbrante significación, o mejor dicho: esas verdades no estaban aún en nosotros, como dice Sciascia.
En cierto modo este libro marcó a una generación, la que empezó a leerlo hacia mediados de los años 60. En su premisa fundamental, Enzensberger quiere hacernos ver que el crimen y la política van juntos.
He aquí una de las frases de Política y delito más reiteradamente citadas en los ensayos políticos de los últimos años: “Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura. Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder, hasta ahora: ejerce el poder quien puede dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente.”
En el último tramo de su párrafo, Enzensberger se emparenta con las reflexiones de Elías Canetti en Masa y poder (“una excelente fenomenología del poder”, dice HME).
No es que Enzensberger se proponga hacer ver que hay mano negra detrás de todo acto político. Lo que hace es remitirnos a un principio de poder elemental, de la misma manera en que existe un principio de placer o un principio de realidad. Es un punto de referencia real: el poder habrá de cumplirse indefectiblemente y habrá de preservarse por encima de todas las cosas, por encima de la vida o la muerte. Está en la naturaleza del poder perseverar en su ser. Al menos eso se desprende del paradigma maquiavélico.
Por todas estas ramificaciones del pensamiento, Política y delito, como un rizoma, se entrelaza con muchas de las ideas de Elías Canetti en Masa y poder. También se empalma con no pocas de las sugerencias de Michel Foucault y Jeremy Bentham (cuyo cuerpo momificado se encuentra a la entrada del University College, en Londres), al tiempo que no desdeña la afinidad, acaso impensada, que tiene con las principales reflexiones de Norberto Bobbio y, en última instancia, de Nicolás Maquiavelo. Todos estos nombres pertenecen en cierto modo a la misma tribu: un grupo de escritores que circunvolucionan alrededor de ese polo magnético que es el poder. Entre ellos también podrían apuntarse Leonardo Sciascia, Hannah Arendt, E.J. Hobsbawm, Bertrand de Jouvenel, Max Weber y, por supuesto, en la tradición clásica, Thomas Hobbes.
Enzensberger reconoce de inmediato el carácter tautológico de las aproximaciones conceptuales que intentan definir el delito: lo que es punible es un crimen, lo que es un crimen es punible. O mejor: delito es lo que la ley dice que es delito. Pero en términos un poco más terrenales, afirma que si uno sale a la calle y pregunta a la gente qué es un crimen lo más probable es que la mayoría conteste: “Un crimen es, por ejemplo, un asesinato.”
Que el asesinato es el crimen capital, propio y más antiguo, es cosa que, por lo demás, se desprende también del castigo, según la ley del talión: el castigo supremo y más antiguo, y también el más importante hasta bien entrada la Edad Media, a saber: la pena de muerte, presupone lo que quiere reparar: el homicidio.
Nacido en 1929 en Kaufbeuren, Baviera, Enzensberger es autor, asimismo, de Detalles, Mausoleo, Para una crítica de la ecología política, El corto verano de la anarquía, El filántropo, ¡Europa, Europa! y Mediocridad y delirio.
Politik und Verbrechen incluye varios programas de radio que HME escribió a principios de los años 60 y que fueron transmitidos por la Hessische Rundfunk. Reescritos en forma de ensayos, sirven, según el poeta alemán, para ilustrar una correlación a causa de la cual todos podemos morir, pero en la que nadie es competente: la correlación entre política y crimen.
Cuando se refiere al “primer crimen”, al crimen original que coincide con el acto político original, está, por supuesto, aludiendo a Freud: a la muerte del padre por los hijos: un padre despótico, celoso, que guarda para sí toda mujer y expulsa a los hijos que van haciéndose adultos. El día menos pensado, los hermanos excluidos matan y devoran al padre y dan fin así a la horda paterna (Freud: Tótem y tabú).
Si el derecho, como todo orden social, se basa en el crimen original y se instituye por la injusticia, es porque “todas las disposiciones legales hasta la fecha son una protección frente al poder y, al mismo tiempo, su instrumento”. Quizá podría describirse toda la historia del derecho, añade, como la de su escisión de la esfera política.
La separación entre poder legislativo, ejecutivo y judicial, la autonomía y la inamovilidad del juez… las múltiples garantías del derecho procesal, ciertamente son componendas de inestimable valor. “No obstante, el gobernante sigue siendo el supremo señor feudal, y el juez, como persona imparcial, sigue estando al servicio del Estado.”
La más pura manifestación de la soberanía estatal es, hacia dentro, en relación con el adversario aislado, la pena de muerte; y hacia el exterior, en relación con los demás Estados, la guerra. “Si el Estado como soberano puede decidir sobre la legislación, puede también dar muerte, en su nombre y en el de aquélla, a muchos de sus ciudadanos, a todos si es necesario, y hacer que consideren un deber el cumplimiento de este acto de soberanía.”
Por otra parte, al abundar sobre la antiquísima dependencia entre crimen y política, las recónditas contradicciones del derecho, la obsesión de la soberanía, Enzensberger medita en las formaciones sociales que se engendran (como nuestros cacicazgos, de manera natural) allí donde se da un vacío de poder: “Tan pronto como la criminalidad se organiza, se convierte, tendenciosamente, en un Estado dentro del Estado.” La estructura de tales comunidades de delincuentes reproduce fielmente las formas de gobierno de las cuales son rivales y competidores. Las bandas de salteadores medievales imitaban la organización feudal, entre los carbonarios del siglo XIX hubo bandidos legitimistas, la camorra napolitana se organizó de un modo más bien republicano, y a Salvatore Giuliano –bandido, no mafioso— se le consideraba libertador de Sicilia por la gracia de Dios. “La mafia siciliana copió la estructura de un régimen patriarcal hasta en sus menores detalles, dispuso de una administración amplia, cobró aduanas e impuestos y disponía de jurisdicción propia.”
Semejantes analogías se pueden reconocer entre la policía secreta de la Rusia zarista, la Ochrana, creada para combatir a los grupos conspiradores y para formar parte de éstos.
Política y delito fija en sus páginas –como toda escritura de la memoria: tallada en planchas de bronce, según decía Horacio— la patética historia de Rafael Leónidas Trujillo y su asesinato. Otro de sus capítulos está dedicado a los gángsters de Chicago en los años veinte y sus íntimas relaciones con miembros del gobierno: Al Capone, Jimmy Diamantes, Dan el Dandy, et al.
A la nueva camorra napolitana Enzensberger le encuentra antecedentes en la novela “ejemplar” de Cervantes, Rinconete y Cortadillo. Como la mafia, su hermana siciliana, la camorra de antaño no es una invención de Cervantes sino un registro de historiador o reportero. A un ladrón neófito se le instruye del modo siguiente:
Si vuesa merced es un pícaro, ¿por qué, entonces, no pagó su derecho de portazgo? Os aconsejo que vengáis conmigo a ver al Presidente de la honrada Hermandad y que no os atreváis a robar sin su permiso, ya que esto os resultaría caro. ¿O acaso creísteis que el robar era una profesión liberal sin impuestos ni contribuciones?
Recoge asimismo el caso de Wilma Montesi, la muchacha romana que en 1957 fue presumiblemente asesinada por el hijo del senador Leone Piccioni. La absolución de Piero Piccioni, la forma en que se le consiguió la impunidad, fue también objeto de un famoso reportaje de Gabriel García Márquez (incluido en Crónicas y reportajes). Se puede matar si se es hijo del poder.
Etcétera, etcétera. Crimen y poder. Política y delito. El secreto de Estado. Las razones de Estado. El crimen de Estado. En el principio fue el poder. En el Apocalipsis finisecular también quiere ser el poder.
En cierto modo este libro marcó a una generación, la que empezó a leerlo hacia mediados de los años 60. En su premisa fundamental, Enzensberger quiere hacernos ver que el crimen y la política van juntos.
He aquí una de las frases de Política y delito más reiteradamente citadas en los ensayos políticos de los últimos años: “Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura. Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder, hasta ahora: ejerce el poder quien puede dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente.”
En el último tramo de su párrafo, Enzensberger se emparenta con las reflexiones de Elías Canetti en Masa y poder (“una excelente fenomenología del poder”, dice HME).
No es que Enzensberger se proponga hacer ver que hay mano negra detrás de todo acto político. Lo que hace es remitirnos a un principio de poder elemental, de la misma manera en que existe un principio de placer o un principio de realidad. Es un punto de referencia real: el poder habrá de cumplirse indefectiblemente y habrá de preservarse por encima de todas las cosas, por encima de la vida o la muerte. Está en la naturaleza del poder perseverar en su ser. Al menos eso se desprende del paradigma maquiavélico.
Por todas estas ramificaciones del pensamiento, Política y delito, como un rizoma, se entrelaza con muchas de las ideas de Elías Canetti en Masa y poder. También se empalma con no pocas de las sugerencias de Michel Foucault y Jeremy Bentham (cuyo cuerpo momificado se encuentra a la entrada del University College, en Londres), al tiempo que no desdeña la afinidad, acaso impensada, que tiene con las principales reflexiones de Norberto Bobbio y, en última instancia, de Nicolás Maquiavelo. Todos estos nombres pertenecen en cierto modo a la misma tribu: un grupo de escritores que circunvolucionan alrededor de ese polo magnético que es el poder. Entre ellos también podrían apuntarse Leonardo Sciascia, Hannah Arendt, E.J. Hobsbawm, Bertrand de Jouvenel, Max Weber y, por supuesto, en la tradición clásica, Thomas Hobbes.
Enzensberger reconoce de inmediato el carácter tautológico de las aproximaciones conceptuales que intentan definir el delito: lo que es punible es un crimen, lo que es un crimen es punible. O mejor: delito es lo que la ley dice que es delito. Pero en términos un poco más terrenales, afirma que si uno sale a la calle y pregunta a la gente qué es un crimen lo más probable es que la mayoría conteste: “Un crimen es, por ejemplo, un asesinato.”
Que el asesinato es el crimen capital, propio y más antiguo, es cosa que, por lo demás, se desprende también del castigo, según la ley del talión: el castigo supremo y más antiguo, y también el más importante hasta bien entrada la Edad Media, a saber: la pena de muerte, presupone lo que quiere reparar: el homicidio.
Nacido en 1929 en Kaufbeuren, Baviera, Enzensberger es autor, asimismo, de Detalles, Mausoleo, Para una crítica de la ecología política, El corto verano de la anarquía, El filántropo, ¡Europa, Europa! y Mediocridad y delirio.
Politik und Verbrechen incluye varios programas de radio que HME escribió a principios de los años 60 y que fueron transmitidos por la Hessische Rundfunk. Reescritos en forma de ensayos, sirven, según el poeta alemán, para ilustrar una correlación a causa de la cual todos podemos morir, pero en la que nadie es competente: la correlación entre política y crimen.
Cuando se refiere al “primer crimen”, al crimen original que coincide con el acto político original, está, por supuesto, aludiendo a Freud: a la muerte del padre por los hijos: un padre despótico, celoso, que guarda para sí toda mujer y expulsa a los hijos que van haciéndose adultos. El día menos pensado, los hermanos excluidos matan y devoran al padre y dan fin así a la horda paterna (Freud: Tótem y tabú).
Si el derecho, como todo orden social, se basa en el crimen original y se instituye por la injusticia, es porque “todas las disposiciones legales hasta la fecha son una protección frente al poder y, al mismo tiempo, su instrumento”. Quizá podría describirse toda la historia del derecho, añade, como la de su escisión de la esfera política.
La separación entre poder legislativo, ejecutivo y judicial, la autonomía y la inamovilidad del juez… las múltiples garantías del derecho procesal, ciertamente son componendas de inestimable valor. “No obstante, el gobernante sigue siendo el supremo señor feudal, y el juez, como persona imparcial, sigue estando al servicio del Estado.”
La más pura manifestación de la soberanía estatal es, hacia dentro, en relación con el adversario aislado, la pena de muerte; y hacia el exterior, en relación con los demás Estados, la guerra. “Si el Estado como soberano puede decidir sobre la legislación, puede también dar muerte, en su nombre y en el de aquélla, a muchos de sus ciudadanos, a todos si es necesario, y hacer que consideren un deber el cumplimiento de este acto de soberanía.”
Por otra parte, al abundar sobre la antiquísima dependencia entre crimen y política, las recónditas contradicciones del derecho, la obsesión de la soberanía, Enzensberger medita en las formaciones sociales que se engendran (como nuestros cacicazgos, de manera natural) allí donde se da un vacío de poder: “Tan pronto como la criminalidad se organiza, se convierte, tendenciosamente, en un Estado dentro del Estado.” La estructura de tales comunidades de delincuentes reproduce fielmente las formas de gobierno de las cuales son rivales y competidores. Las bandas de salteadores medievales imitaban la organización feudal, entre los carbonarios del siglo XIX hubo bandidos legitimistas, la camorra napolitana se organizó de un modo más bien republicano, y a Salvatore Giuliano –bandido, no mafioso— se le consideraba libertador de Sicilia por la gracia de Dios. “La mafia siciliana copió la estructura de un régimen patriarcal hasta en sus menores detalles, dispuso de una administración amplia, cobró aduanas e impuestos y disponía de jurisdicción propia.”
Semejantes analogías se pueden reconocer entre la policía secreta de la Rusia zarista, la Ochrana, creada para combatir a los grupos conspiradores y para formar parte de éstos.
Política y delito fija en sus páginas –como toda escritura de la memoria: tallada en planchas de bronce, según decía Horacio— la patética historia de Rafael Leónidas Trujillo y su asesinato. Otro de sus capítulos está dedicado a los gángsters de Chicago en los años veinte y sus íntimas relaciones con miembros del gobierno: Al Capone, Jimmy Diamantes, Dan el Dandy, et al.
A la nueva camorra napolitana Enzensberger le encuentra antecedentes en la novela “ejemplar” de Cervantes, Rinconete y Cortadillo. Como la mafia, su hermana siciliana, la camorra de antaño no es una invención de Cervantes sino un registro de historiador o reportero. A un ladrón neófito se le instruye del modo siguiente:
Si vuesa merced es un pícaro, ¿por qué, entonces, no pagó su derecho de portazgo? Os aconsejo que vengáis conmigo a ver al Presidente de la honrada Hermandad y que no os atreváis a robar sin su permiso, ya que esto os resultaría caro. ¿O acaso creísteis que el robar era una profesión liberal sin impuestos ni contribuciones?
Recoge asimismo el caso de Wilma Montesi, la muchacha romana que en 1957 fue presumiblemente asesinada por el hijo del senador Leone Piccioni. La absolución de Piero Piccioni, la forma en que se le consiguió la impunidad, fue también objeto de un famoso reportaje de Gabriel García Márquez (incluido en Crónicas y reportajes). Se puede matar si se es hijo del poder.
Etcétera, etcétera. Crimen y poder. Política y delito. El secreto de Estado. Las razones de Estado. El crimen de Estado. En el principio fue el poder. En el Apocalipsis finisecular también quiere ser el poder.