Wednesday, September 06, 2006

 

Negro es el color de la novela

Ahora que va de novela policiaca no está de más recordar que lo de novela negra se debe a que de ese color era la colección que después de la segunda guerra europea empezó a publicar en París la editorial Gallimard, hacia 1946. Como en muchas otras culturas, los franceses en la suya asocian la muerte con lo negro, la sangre con lo rojo, la nieve con lo blanco y la esperanza con lo verde. Pero, si nos ponemos en un plan riguroso, habría que admitir que la expresión correcta y más generalizadora sería novela criminal. ¿Por qué, Federico?
Bueno, porque no toda novela en la que hay un asesinato es policiaca y, en cambio, siempre es criminal. Tómese al azar, por ejemplo, alguna novela de Patricia Highsmith, como El temblor de la falsificación, y se verá que para nada interviene la policía. Allí, la gran narradora texana monta una situación como de obra de Harold Pinter y todo se da con base en metalenguajes, sobreentendidos, para desmenuzar cómo se desenvuelve una mentalidad criminal. En otras palabras: toda novela policiaca es criminal, pero no toda novela criminal es policiaca.
Y es precisamente ésta, la novela que recoge el punto de vista del criminal: el monólogo interior homicida, la que se ha venido conociendo como “negra”, debido al habitual afrancesamiento de los escritores y los editores españoles (en especial los catalanes y uno que otro asturiano que tienen la cultura gabacha al otro lado de los Pirineos).
Ya lo decía Raymond Chandler: “El mero asesinato no incorpora a una novela a la categoría de detectives o de misterio.”
Quien sacó de la alcoba el asesinato y lo puso en la calle fue Dashiell Hammett. Lo empezó a contar con el lenguaje coloquial, real, de la calle; es decir, mediante la transcripción de una habla viva. Y a partir de entonces pasaron a un segundo término las exquisiteces de la inteligencia policiaca que se desprendían de un suculento enigma.
Pasó en los años 30 lo que está sucediendo en nuestros días: que escribir “novelas policiacas cuando se vive en una época policiaca (prohibición, gansterismo) no es trabajar en un género menor o subliterario, sino escribir las novelas más necesarias y hablar de las cosas más urgentes”, según escribe Robert Louit.
La novela negra –dicho sea, pues, a la francesa o a la catalana— es la que no tiene compasión con el lector ni reparos en regodearse en la violencia. Es la resultante, en el siglo XX, del relato enigma perpetrado originalmente por Edgar Allan Poe en 1841 con la publicación de “Los crímenes de la rue Morgue”.
Javier Coma, en La novela negra (Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 1980), escribe que esta especie constituye “una literatura narrativa, con origen en los Estados Unidos durante los años 20 y desarrollo típica y primordialmente norteamericano, ceñida al enfoque realista y sociopolítico de la contemporánea temática del crimen”.
Para nutrir su “historia de la aplicación del realismo crítico a la novela policiaca norteamericana”, Javier Coma elige como punto de partida los textos mismos de algunos autores (Dashiell Hammett, William Burnett, James Cain, Horace McCoy, Don Tracy, Jim Thompson, Raymond Chandler, Patricia Highsmith, David Goodis, William McGivern, Chester Himes y Donald Westlake) y no al revés: no como otros “filósofos” de la literatura que anteponen un marco ideológico previo para buscar después ilustraciones o seleccionar ejemplos que corroboren su cuadro teórico anticipadamente elaborado.
Sabe el autor que en todo caso los novelistas que estudia no se propusieron deliberada y conscientemente una crítica de la “sociedad capitalista” en la que les tocó vivir. Parcela su libro en seis zonas, no necesariamente estancas: la era de los gángsters (Hammett y Burnett), deterministas de Hollywood (Cain y McCoy), los parias del sistema (Tracy y Thompson), la verdad frente a la ley (Chandler y MacDonald), irrupción y rastro del macartismo (Goodis y McGivern) y el delirio del orden (Himes y Westlake).
Lo que más o menos infiere Coma de estas obras y estos autores es que
la novela negra llegó a contemplar el derecho a la propiedad privada como una agresión de clase, a la policía como un aparato represivo del Estado al servicio de la clase dominante, al individuo como aislado y en guerra dentro de una competitividad insolidaria conducente a su alineación, y a la sociedad como un ente mercantilizado en beneficio de la minoría dominante.
Una novela, pues, que no respeta ninguna institucionalidad: ni el matrimonio, ni la religión, ni el poder judicial, ni el Estado, ni la familia, ni la propiedad privada, ni nada de nada, salvo la condición humana y dramática del personaje.
Es una novela que está del lado de quien cae.


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