Sunday, September 03, 2006
Misterios y secretos
No andaba muy desencaminada Sarah Kerr cuando tituló “The Mystery of Mexican Politics” su artículo en The New York Review of Books y que apareció con la fecha adelantada del 17 de noviembre de 1994. Y, como es de imaginarse, si a uno como mexicano le resulta una verdadera novela policiaca la trabazón de tramas y personajes que hemos estado viviendo en estos últimos años, más complicado ha de ser entenderla para una redactora neoyorkina por suspicaz que sea. La pobre se va con la finta, que aquí ya no se la creen ni los ingenuos corresponsales extranjeros, de que el asesinato de Ruiz Massieu está vinculado a los narcotraficantes del noroeste, como si fuera el gran negocio del momento andar matando candidatos y secretarios del PRI. México ha entrado ahora en un territorio, dice Sarah Kerr, en que nadie puede predecir el futuro. “Por fin, para bien o para mal.”
Y es que la acumulación de enigmas de las últimas horas ha venido a complicar más la trama de este thriller político que nos están escribiendo el subprocurador general, el presidente del PRI, el procurador general, la secretaria del PRI, su consternado locutor JZ24, y todos los grupos particulares anónimos que se están peleando por el poder y entre los que sólo tiene nombre el de Atlacomulco.
Venimos arrastrando misterios políticos desde hace muchos años –el 2 de octubre, el 10 de junio, la caída del sistema el 6 de julio de 1988, la muerte de Madrazo o la de Benjamín Hill o la de Maximino Ávila Camacho—, pero nunca como ahora ni de manera tan tupida. Y cada vez que te dan a entrever una verdad, como decía LS, es porque ésta es necesaria para darle más fuerza a la mentira.
Los secretos no son buenos ni malos en sí mismos. Son malos cuando impiden que se sepa algo que sería bueno, justo y oportuno que se supiera. El misterio, por su parte, se refiere a aquello que siendo bueno, útil, oportuno, que se sepa, no se logra saber por la dificultad de las fuentes o por la intervención de un poder superior o por insuficiencia de nuestras capacidades cognoscitivas. El misterio es un signo de nuestra impotencia. “En el caso del secreto, uno quiere saber pero no debe. En el caso del misterio, uno quisiera saber pero no puede”, dice Norberto Bobbio.
Si el secreto es un artificio institucional, el misterio marca un límite a nuestro conocimiento mientras no se disipe. “Un hecho puede dejar de ser secreto por decreto. Pero no puede por decreto dejar de ser misterioso. Un arma secreta es una arma que se sabe exactamente lo que es, aunque su conocimiento se reserve a unos cuantos expertos.”
En fin, el secreto y el misterio son, en la disquisición de Bobbio, realidades distintas. Pero no puede decirse que no haya un nexo entre uno y otro en el mundo de los acontecimientos. Son distintos, pero no están necesariamente separados. El nexo está en eso: en que el secreto puede ser utilizado para impedir u obstaculizar la revelación de un misterio.
Por lo demás, ya lo dice Thomas Hobbes en el Leviatán: “Es inherente a la soberanía el ser juez acerca de qué opiniones y doctrinas son adversas y cuáles conducen a la paz.” Es decir, el gobernante moderno no puede impedir la publicación de libros pero sí las opiniones que puedan filtrarse hacia y a través de la televisión. Puede también, y ésa es la razón de ser de las oficinas de “comunicación social”, controlar su propia información (la que puede emanar de sus propios representantes) manteniéndola en secreto o distorsionándola.
“Corresponde, por consiguiente, a quien tiene poder soberano, ser juez o instituir todos los jueces de opiniones y doctrinas como una cosa necesaria para la paz, al objeto de prevenir la discordia y la guerra civil.”
Y es que la acumulación de enigmas de las últimas horas ha venido a complicar más la trama de este thriller político que nos están escribiendo el subprocurador general, el presidente del PRI, el procurador general, la secretaria del PRI, su consternado locutor JZ24, y todos los grupos particulares anónimos que se están peleando por el poder y entre los que sólo tiene nombre el de Atlacomulco.
Venimos arrastrando misterios políticos desde hace muchos años –el 2 de octubre, el 10 de junio, la caída del sistema el 6 de julio de 1988, la muerte de Madrazo o la de Benjamín Hill o la de Maximino Ávila Camacho—, pero nunca como ahora ni de manera tan tupida. Y cada vez que te dan a entrever una verdad, como decía LS, es porque ésta es necesaria para darle más fuerza a la mentira.
Los secretos no son buenos ni malos en sí mismos. Son malos cuando impiden que se sepa algo que sería bueno, justo y oportuno que se supiera. El misterio, por su parte, se refiere a aquello que siendo bueno, útil, oportuno, que se sepa, no se logra saber por la dificultad de las fuentes o por la intervención de un poder superior o por insuficiencia de nuestras capacidades cognoscitivas. El misterio es un signo de nuestra impotencia. “En el caso del secreto, uno quiere saber pero no debe. En el caso del misterio, uno quisiera saber pero no puede”, dice Norberto Bobbio.
Si el secreto es un artificio institucional, el misterio marca un límite a nuestro conocimiento mientras no se disipe. “Un hecho puede dejar de ser secreto por decreto. Pero no puede por decreto dejar de ser misterioso. Un arma secreta es una arma que se sabe exactamente lo que es, aunque su conocimiento se reserve a unos cuantos expertos.”
En fin, el secreto y el misterio son, en la disquisición de Bobbio, realidades distintas. Pero no puede decirse que no haya un nexo entre uno y otro en el mundo de los acontecimientos. Son distintos, pero no están necesariamente separados. El nexo está en eso: en que el secreto puede ser utilizado para impedir u obstaculizar la revelación de un misterio.
Por lo demás, ya lo dice Thomas Hobbes en el Leviatán: “Es inherente a la soberanía el ser juez acerca de qué opiniones y doctrinas son adversas y cuáles conducen a la paz.” Es decir, el gobernante moderno no puede impedir la publicación de libros pero sí las opiniones que puedan filtrarse hacia y a través de la televisión. Puede también, y ésa es la razón de ser de las oficinas de “comunicación social”, controlar su propia información (la que puede emanar de sus propios representantes) manteniéndola en secreto o distorsionándola.
“Corresponde, por consiguiente, a quien tiene poder soberano, ser juez o instituir todos los jueces de opiniones y doctrinas como una cosa necesaria para la paz, al objeto de prevenir la discordia y la guerra civil.”