Tuesday, September 05, 2006
La Suburban
La primera vez que oí hablar de las suburbans fue cuando los guardaespaldas del licenciado Coello Trejo –subprocurador de justicia hacia 1989— andaban violando mujeres en el sur de la ciudad de México. O no. Creo que mi memoria me engaña. La primerísima vez que oí hablar de la Suburban y conocí una, roja, muy bonita, con estribo y toda la cosa, fue en la plaza de toros de Tijuana: el presidente municipal de aquel entonces, Federico Valdez, a quien apodaban La Bruja, llegó montado como bombero en el estribo abriéndose camino por entre la gente y los autos americanos alineados en el estacionamiento de la plaza. Era una camioneta que le había regalado su compadre Xicoténcatl Leyva Mortera, en ese entonces gobernador de Baja California, y tenía radio, la manejaban guaruras, era la imagen misma de la prepotencia y de las ganas de seguir jugando como chamacos a los bomberos.
Cuando el Pilucho fue quitado de la gubernatura por órdenes presidenciales, el nuevo gobernador, que por más señas se apellida Bailón, le quitó la Suburban al Kiko Valdez arguyendo que era propiedad del gobierno del estado y el Kiko se quedó a pata.
Si el Cadillac fue el carro de la época de Miguel Alemán, y el Mercedes Benz el simbólico poder motorizado del sexenio de Adolfo López Mateos, salta ala vista que el vehículo por excelencia de la sociedad judicializada es la Suburban.
En 1991 la Suburban, fabricada y vendida por la General Motors, valía 85 millones de pesos si usted la compraba al contado. En partes, le podían dar la facilidad de que se la dejaran en 90 millones de pesos. No era mucho: unos 30 mil dólares, sobre todo si usted era funcionario y pagaba con dinero ajeno. La Suburban podía costar también más de 100 millones si usted la escogía con asientos de piel y cristales polarizados Ray Ban: oscurita oscurita para poder torturar a gusto.
La Suburban, pues, es el carro de la sociedad judicializada: el vehículo de un poder político al que se le ha ido de las manos el poder policiaco. (¿Quién manda en México: los priístas o los policías? ¿Quiénes tiene realmente el poder en la calle, es decir, en el teatro de los acontecimientos?)
“Cuatro agentes judiciales federales circulaban por esa zona (San Pedro de las Colonias—Monclova, Coahuila) en una vagoneta Suburban, en dirección al norte, cuando fueron...” Hubo un choque. Confusión. Balazos. Cuernos de chivo.
En el país de la prefabricación, los agentes se inventaron una historia tan bien estructurada como la de una novela policiaca barata, pero Fernando Todd Siller, del Colegio de Abogados de La Laguna, se dirigió a la Presidencia de la República, a la PGJR, y a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, para exigir una investigación “de los lamentables hechos en que fueron ultimados por agentes de la policía Judicial Federal los ciudadanos Jorge Herrera Castañeda y Eduardo García Herrera”.
De las contradicciones del caso da cuenta Antonio Jáquez en su reportaje de Proceso del 11 de marzo de 1991: en su informe los judiciales asientan que viajaban “a bordo de dos camionetas tipo Suburban propiedad de la institución”, dos agentes en cada una de ellas, mientras que en su declaración Carlos Enrique Solís Osete afirme que cuando se disponía a prestarle auxilio a su hermano José Daniel “llegó hasta nosotros un vehículo tipo Suburban color oscuro”.
TODO LO QUE CABE EN TU CORAZÓN, CABE EN UNA SUBURBAN
En una Suburban caben hasta nueve personas. “Por la suavidad de su manejo, dirección hidráulica, frenos de alta potencia y los refinados acabados de sus asientos reclinables de tela (opcional), Suburban 91 es para ti”, estatuye el copywriter de alguna agencia de publicidad. La principal, reiterada cualidad del vehículo: su potencia. Y su seguridad.
La camioneta de la muerte se puede adquirir en azul claro, guinda, plata negro, oro, rojo, vino, café claro, azul oscuro, verde, blanco y colorado. Es eléctrico su sistema para los elevadores de cristales y los activadores de seguros. La transmisión es automática. Para toda la familia. Un departamento de lujo rodante.
El 17 de marzo de 1990 en Hermosillo, Cuenta Roberto Zamarripa, enviado de La Jornada:
Claudio X. González, asesor presidencial, decía a Manlio Fabio Beltrones: “candidato de lujo, gobernador de lujo”. Manlio salió apresurado para sortear empujones y repartir saludos. Trepó a la Suburban azul marino junto con Luis Donaldo Colosio. Tras ellos, como pesera por lo veloz y atiborrada, otra suburban de color más claro y pegado a la ventana delantera se veía a Maximiliano Silerio Esparza haciendo muecas. Llevaba en sus piernas al ex líder empresarial Jorge Kawage, encorvado, con su pelo entrecano rozando el espejo retrovisor.
En Colima –donde le dieron una sopa de su propio chocolate—, la priísta Socorro Días salió el 11 de abril de 1991 “a bordo de una de las dos camionetas Suburban a su servicio, rumbo al rancho San Germán...”
Francisco Ortiz Pinchetti también refiere en Proceso del 20 de mayo de 1991 cómo se despilfarraban recursos infinitos del Estado en la campaña de Ramón Aguirre en Guanajuato: “Viaja el candidato indistintamente en una camioneta Suburban guinda –que en ocasiones él mismo maneja— o en un microbús blanco, bien acondicionado. Lo sigue una caravana de entre diez y quince vehículos, entre ellos otras cinco suburban.”
En La Paz, Baja California Sur, un madrina de la Policía Judicial federal intentó matar a Agustín Liera Villegas, quien estaba comiendo en su casa “cuando vio que se detuvo frente a su domicilio una suburban compacta de color negro”.
Y en La Jornada del 13 de marzo de 1991 Yolanda González envía desde Hermosillo este despacho sobre la campaña del partido estatal: “En medio de empujones, gritos y desorden, Beltrones Rivera pudo salir del aeropuerto unos 20 minutos más tarde y abordar una camioneta Suburban que formaba parte de un convoy custodiado por efectivos de la Policía Judicial Federal...”
Cuando el Pilucho fue quitado de la gubernatura por órdenes presidenciales, el nuevo gobernador, que por más señas se apellida Bailón, le quitó la Suburban al Kiko Valdez arguyendo que era propiedad del gobierno del estado y el Kiko se quedó a pata.
Si el Cadillac fue el carro de la época de Miguel Alemán, y el Mercedes Benz el simbólico poder motorizado del sexenio de Adolfo López Mateos, salta ala vista que el vehículo por excelencia de la sociedad judicializada es la Suburban.
En 1991 la Suburban, fabricada y vendida por la General Motors, valía 85 millones de pesos si usted la compraba al contado. En partes, le podían dar la facilidad de que se la dejaran en 90 millones de pesos. No era mucho: unos 30 mil dólares, sobre todo si usted era funcionario y pagaba con dinero ajeno. La Suburban podía costar también más de 100 millones si usted la escogía con asientos de piel y cristales polarizados Ray Ban: oscurita oscurita para poder torturar a gusto.
La Suburban, pues, es el carro de la sociedad judicializada: el vehículo de un poder político al que se le ha ido de las manos el poder policiaco. (¿Quién manda en México: los priístas o los policías? ¿Quiénes tiene realmente el poder en la calle, es decir, en el teatro de los acontecimientos?)
“Cuatro agentes judiciales federales circulaban por esa zona (San Pedro de las Colonias—Monclova, Coahuila) en una vagoneta Suburban, en dirección al norte, cuando fueron...” Hubo un choque. Confusión. Balazos. Cuernos de chivo.
En el país de la prefabricación, los agentes se inventaron una historia tan bien estructurada como la de una novela policiaca barata, pero Fernando Todd Siller, del Colegio de Abogados de La Laguna, se dirigió a la Presidencia de la República, a la PGJR, y a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, para exigir una investigación “de los lamentables hechos en que fueron ultimados por agentes de la policía Judicial Federal los ciudadanos Jorge Herrera Castañeda y Eduardo García Herrera”.
De las contradicciones del caso da cuenta Antonio Jáquez en su reportaje de Proceso del 11 de marzo de 1991: en su informe los judiciales asientan que viajaban “a bordo de dos camionetas tipo Suburban propiedad de la institución”, dos agentes en cada una de ellas, mientras que en su declaración Carlos Enrique Solís Osete afirme que cuando se disponía a prestarle auxilio a su hermano José Daniel “llegó hasta nosotros un vehículo tipo Suburban color oscuro”.
TODO LO QUE CABE EN TU CORAZÓN, CABE EN UNA SUBURBAN
En una Suburban caben hasta nueve personas. “Por la suavidad de su manejo, dirección hidráulica, frenos de alta potencia y los refinados acabados de sus asientos reclinables de tela (opcional), Suburban 91 es para ti”, estatuye el copywriter de alguna agencia de publicidad. La principal, reiterada cualidad del vehículo: su potencia. Y su seguridad.
La camioneta de la muerte se puede adquirir en azul claro, guinda, plata negro, oro, rojo, vino, café claro, azul oscuro, verde, blanco y colorado. Es eléctrico su sistema para los elevadores de cristales y los activadores de seguros. La transmisión es automática. Para toda la familia. Un departamento de lujo rodante.
El 17 de marzo de 1990 en Hermosillo, Cuenta Roberto Zamarripa, enviado de La Jornada:
Claudio X. González, asesor presidencial, decía a Manlio Fabio Beltrones: “candidato de lujo, gobernador de lujo”. Manlio salió apresurado para sortear empujones y repartir saludos. Trepó a la Suburban azul marino junto con Luis Donaldo Colosio. Tras ellos, como pesera por lo veloz y atiborrada, otra suburban de color más claro y pegado a la ventana delantera se veía a Maximiliano Silerio Esparza haciendo muecas. Llevaba en sus piernas al ex líder empresarial Jorge Kawage, encorvado, con su pelo entrecano rozando el espejo retrovisor.
En Colima –donde le dieron una sopa de su propio chocolate—, la priísta Socorro Días salió el 11 de abril de 1991 “a bordo de una de las dos camionetas Suburban a su servicio, rumbo al rancho San Germán...”
Francisco Ortiz Pinchetti también refiere en Proceso del 20 de mayo de 1991 cómo se despilfarraban recursos infinitos del Estado en la campaña de Ramón Aguirre en Guanajuato: “Viaja el candidato indistintamente en una camioneta Suburban guinda –que en ocasiones él mismo maneja— o en un microbús blanco, bien acondicionado. Lo sigue una caravana de entre diez y quince vehículos, entre ellos otras cinco suburban.”
En La Paz, Baja California Sur, un madrina de la Policía Judicial federal intentó matar a Agustín Liera Villegas, quien estaba comiendo en su casa “cuando vio que se detuvo frente a su domicilio una suburban compacta de color negro”.
Y en La Jornada del 13 de marzo de 1991 Yolanda González envía desde Hermosillo este despacho sobre la campaña del partido estatal: “En medio de empujones, gritos y desorden, Beltrones Rivera pudo salir del aeropuerto unos 20 minutos más tarde y abordar una camioneta Suburban que formaba parte de un convoy custodiado por efectivos de la Policía Judicial Federal...”