Tuesday, September 05, 2006

 

La rueda de la tortura

Uno tenía la sospecha desde hace mucho tiempo de que algo debía quedar de la Santa Inquisición en México. Naturalmente, todavía está en pie su bellísimo edificio de la Plaza de Santo Domingo, que fue en un tiempo la Escuela Nacional de Medicina, y los archivos del mismo Santo Oficio se almacenan en el Archivo General de la Nación, en el extraordinario edificio que antes era la cárcel, el Palacio de Lecumberri.
Uno estaba seguro de que algunos hábitos procesales tenían que subsistir en la práctica de la ley; y he aquí que de pronto, cae en las manos de uno un breve y muy lúcido documento del profesor Elpidio Ramírez Hernández en el que se propone esa hipótesis, es decir: que la Inquisición sigue entre nosotros y en la práctica cotidiana del derecho procesal penal, especialmente contra los pobres.
“El juicio penal en su integridad es una depurada inquisición”, dice Elpidio Ramírez. “Éste es el juicio penal que se vive en México, a lo largo y ancho de la república. Éste es el juicio penal que padecen los acusados pobres.” De ahí pasa a ciertas afirmaciones “no triviales”.
“La inquisición no es cosa del pasado, La inquisición está vigente en México. En otras palabras: la democracia y los derechos humanos, tan reiteradamente proclamados en el discurso oficial cotidiano, son, en el juicio penal de la realidad, una simple ilusión.”
La Inquisición fue originalmente concebida por Santo Domingo de Guzmán como instrumento para la defensa de la integridad y la pureza de la fe católica, pero a la postre fue –como toda su cauda de crueldades y sofismas, dice Edmundo O´Gorman— un útil instrumento de dominación colonial dependiente del poder secular.
En el año 1216, Santo Domingo de Guzmán obtuvo del Papa Honorio III, la aprobación apostólica de la orden de frailes fundada por aquél: la orden de los frailes dominicos, quienes etimológicamente son los “perros del señor”: domine—cane. Domine: señor. Cane: perros. Habrían de ser los guardianes de la fe.
Cuando Guzmán obtuvo del mismo Papa las facultades de inquisidor delegado, se estableció a partir de entonces una estrecha liga entre los dominicos y las actividades inquisitoriales. Por eso, aunque también participaron algunos, poquísimos, franciscanos, a los padres dominicos siempre se les ha asociado con la Inquisición, y constituían una suerte de Procuraduría o de agentes del Ministerio Público que, sin beneficio de expediente, juzgaban y condenaban... muchas veces a la hoguera y no pocas a la rueda de la tortura.
En buena lógica, pues, podría decirse que los policías mexicanos son los guardianes del Poder Ejecutivo.
Los procuradores de justicia, federales y estatales, son los perros del Señor. De ellos depende si un caso se lleva a juicio o no. Que se ponga en funcionamiento el aparato de justicia es algo que depende única y exclusivamente de la voluntad del procurador... y esa voluntad puede ser muchas veces comprada. Esa voluntad tiene un precio en el mercado de la justicia mexicana.
El razonamiento de don Elpidio Ramírez –el maestro de 64 años que da clases en la UNAM y en la Universidad Autónoma Metropolitana de Azcapotzalco— es inquebrantable.
La averiguación previa se encuentra, íntegramente, en manos del Ministerio Público. Todos los actos son realizados por y ante el Ministerio Público. No están presentes ni el defensor ni el juez.
La averiguación previa es, lisa y llanamente, una inquisición, y lo es porque todos los actos son realizados por y ante el Ministerio Público sin la presencia del juez ni del defensor. Es una inquisición –y esto hay que subrayarlo— a cargo del Poder Ejecutivo, quien actúa a través del Ministerio Público.
Esta inquisición, coherentemente con su naturaleza, es, en términos absolutos, un caos en su desarrollo. El Ministerio Público, ante la carencia de normas que regulen sus actos, puede hacer, y hace, todo lo que él autoritariamente, estima pertinente, y todo es válido.
Estamos, pues, los mexicanos en manos de un sistema legal en el que pueden no intervenir para nada los jueces, porque el que se inicie o no la gestión de la justicia depende del agente del Ministerio Público, quien a su vez recibe órdenes del presidente, del regente o del gobernador. De esa manera quien nos juzga en primera y última instancia es el poder Ejecutivo, el único poder que verdaderamente cuenta en un país donde la división de poderes es inexistente.

POST SCRIPTUM
En un artículo publicado en La Jornada el 17 de febrero de 1990, “Tortura e inquisición”, Miguel Concha tuvo la gentileza de corregirme:
En primer lugar, Santo Domingo no “concibió la Inquisición”, que resultó ser la cosa más diametralmente opuesta a su espíritu, según consta por los testimonios de los que lo conocieron y acompañaron, y que sería largo y prolijo reseñar aquí. Como explican los historiadores, el procedimiento inquisitorial en cuestiones de fe religiosa terminó por establecerse en Europa después de 1227, en tiempos del Papa Gregorio IX, y fue este mismo pontífice quien, junto con el emperador Federico II de Alemania, creó en 1231 el primer tribunal de la Inquisición para el país mencionado y para Italia. Ahora bien, Santo Domingo tenía ya diez años de muerto, pues falleció en agosto de 1221. Más aún, cuando Inocencio III lustros antes emprendió por medio de legados varias acciones contra los considerados herejes, Santo Domingo incansablemente se consagró a actividades de predicador, que nada tenían que ver con las que años más tarde resultaron ser las de un inquisidor. [...]
Por lo demás la expresión dominicos no resulta “etimológicamente” de domine—cane, que supuestamente significaría “perros del señor”, sino de Dominicus, que significaba Domingo. Domine—cane quiere decir literalmente Señor—canta. La frase ésa a la que alude en el artículo sería Domini canes. Pero es una invención muy tardía que nada tiene que ver con la etimología de los dominicos.
En el tercer y último volumen de las obras completas de Leonardo Sciascia, Opere 1984—1989 (Bompiani, Milán, 1991), el crítico Claude Ambroise estampa en el prólogo:
Sólo un inquisidor podría decir cuál era el Dios de Leonardo Sciascia. Pero en sus libros se pueden encontrar varias figuras de Dios. Para empezar, la del inquisidor. El inquisidor actúa en el nombre de Dios. Y a la figura de ese Dios le da sentido la etimología medieval de Domenicani/Domini canes, habiendo sido la orden de Santo Domingo particularmente activa contra los “rastrojos herejes”. Veteados de negro y blanco, en la iglesia de Santa María Novella, en Florencia, se encuentran pintados “los perros del Señor”. El de los inquisidores es un Dios de los perros: un patrón al que obedecen, siguiendo su arbitraria voluntad, que los ha adiestrado para defender la propiedad y cazar otros animales.



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