Tuesday, September 05, 2006

 

La paradoja del gángster

Una de las virtudes del gángster es su generosidad. Suele ser encantador, tierno, leal a sus amigos, buen padre de sus hijos, cariñoso con su esposa. Al mismo tiempo, puede pasar de un gesto amoroso a la decisión más cruel concebible en un ser humano, como la de mandar matar a un niño, por ejemplo.
Una vez Hugo Hiriart, en un curso que daba sobre Shakespeare, reflexionaba en esta contradicción esencial del personaje que gracias a su creador –el dramaturgo— cuenta, por la forma en que está constituido, con una inequívoca eficacia dramática. Es decir, decía Hugo, entre más paradójico es el personaje más creíble resulta ser. El malo, el absolutamente villano, suele dejar dudas: tal vez eso suceda con los buenos muchachos de Martín Scorsese en Goodfellas, que no tienen nada de buenos, que son malos malos.
Hay que poner a un gángster que luego de haber condenado la ejecución de unos adversarios al llegar a su casa se conmueve con el gato y lo acaricia. Nadie es 100 por ciento malo ni bueno.
Alguien ha visto en Buenos muchachos la representación del mundo político: el estercolero esencial de la política.
—Todos ellos son como políticos –decía DC—. No se tientan el corazón para nada, cuando se trata de conservar el poder.
No es nuevo este paralelismo entre el mundo del crimen y el mundo de los políticos: el uso político de la delincuencia, el crimen represivo, la inserción de gacetillas en columnas políticas, la pericia para montar operaciones de despiste, el arte de la prefabricación. Dice Eugenio Trías que a esa esfera la llamamos política, y que solemos evitar tanto su viscoso contacto como su virulento contagio.
Y al que trabaja en esa esfera, al profesional que en ella despliega su actividad, le llamamos hombre político, Éste despierta en nosotros agresividad y temor, admiración y desprecio. Lo admiramos y al mismo tiempo lo despreciamos, por ocuparse de una esfera de relaciones de las más elementales virtudes humanas, cívicas.
Es encantador Marlon Brando cuando la hace de abuelo en El Padrino. ¿Cómo olvidar su ternura al juguetear con el nieto? ¿Cómo no compadecerse de él cuando abre en la morgue el féretro donde yace su hijo desfigurado? Y sin embargo, el Padrino era el Padrino. Seguía por instinto la lógica de la ejecución. Daba la orden: el poder es siempre poder de matar. Y se iba a su casa. Ponía un disco en el que Caruso cantaba una de las arias de Cavalleria rusticana y al gángster se le salían las lágrimas. Luego, acariciaba al gato.
Hay en Guadalajara un salón de cabildos en el que todos los ex presidentes municipales, entre ellos el ex gobernador Cosío Vidaurri, han sido pintados como ángeles. El pintor no le puso aura a cada una de sus cabezas porque no era necesario. Los políticos se ven buenos, simpáticos, generosos, tiernos, incapaces de matar una mosca: unos santos. Y la verdad es que parecen personajes de Sergio Leone o de Francis Ford Coppola.
De pronto se dice que Fulano es un hombre muy sencillo, a pesar de su inconmensurable fortuna. Es cordial, respetuoso, humilde.
—Ay, es un encanto –repiten las señoras—. Le pagó un riñón en Rochester a Mengano. Y luego se lo trajo en su avión. Es bueno bueno como el pan. Su sencillez, su cordialidad, su desprendimiento, bueno, para qué te digo. Me conmueve hasta las lágrimas. Aparte, es inteligentísimo. Siempre te pone atención: te mira a los ojos y te da la sensación de que lo que tú dices, lo que tú eres, es lo más importante en este mundo. Terminas amándolo. Es muy humano.
Y todo eso puede ser cierto. Es cierto. Pero la otra parte de la verdad, el rostro detrás de la máscara, incluye a alguien celoso y vengativo, capaz de las decisiones más crueles y despiadadas. Y también muy capaz de dormir tranquilo. Sin el menor remordimiento. Está convencido de que su animalidad política le permite esa ambivalencia: mantener su conciencia tranquila porque su trabajo es como el de un militar, y en la guerra de la política las decisiones hay que tomarlas, como en la cirugía. A la mañana siguiente puede ser parte de un cuadro de felicidad y de ternura cuando pasea con su esposa y sus niños, el más pequeño montado en sus hombros, en un parque.
Esta contradicción dramática, pues, es el secreto de Shakespeare. Bruto es un hombre honorable. Es un traidor y un magnicida, pero en el trato personal es dulce y conmovedor. El rasgo fundamental de su carácter es la honestidad. Pero también podría pensarse que la paradoja es más bien el poder: el odio y el afecto desmedido, la envidia y la alegría por el triunfo ajeno, el político por un lado tierno y por otro duro; por un lado franco, por otro mentiroso y traicionero. En La sangre de Medusa José Emilio Pacheco dice:
Poder. Ésta es la palabra, Jodie: Poder. Hay un psicólogo del que tal vez no has oído hablar, pero que con el tiempo será más importante que Freud. Se llama Alfred Adler. En 1908 Adler descubrió que nuestro instinto agresivo es le primordial. Freud lo vio como una amenaza para el desarrollo de su psicoanálisis y desde entonces hay una conspiración judía contra Adler. Nadie lo leyó porque nadie quiere enfrentarse a la verdad. Sus libros quedaron fuera de circulación. [Y remata:] Pero Adler dio en el blanco, Jodie. Adler vio con aterradora claridad que, en muchísima mayor medida que el sexo, el poder es el móvil de todas nuestras acciones.


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