Tuesday, September 05, 2006

 

La judicialización del Norte

—Hombre, pues, nada, Federico, que se nos está volviendo una sociedad judicializada. Hay más de tres mil judiciales federales aquí en Hermosillo. Muy jóvenes. Con lentes de piloto de helicóptero. No, no tanto con sus esposas y sus niños. Prefieren mandarlos solteros, jóvenes. Parecen artistas de cine –me dice Blas Cota.
—¿Tres mil?
—Tres mil. Traen carros nuevos y mucha lana. Se les ve prósperos. Y con todo el estilo de allá. Como cuando Manlio Fabio traía a sus guaruras con guoquitoquis y landaus negros. Lo curioso es que contrastan mucho con las judiciales del estado: jóvenes de la sierra, cazadores, bien bragados para los golpes, pero que siguen igual vestidos que antes. Muchachos broncos. Todavía. No saben manejar. Chocan muy seguido en plena Serdán. Y lo grave es que hay pleitos con los judiciales federales. Hay rivalidades. Problemas. Y también con otras policías, las municipales, por ejemplo.
—Oye, pues como que tres mil son legión.
—Sí. Es todo un fenómeno demográfico. Poco a poco se van deschilangando.
—Han cambiado mucho entonces las cosas...
—Muy raro, todo. Más que antes, o como nunca se había visto en Sonora: mucha gente pidiendo limosna en las calles. Te piden dos, tres mil pesos. Te lo exigen. Gente que podría trabajar. Pero ya se dieron cuenta: es una forma de vivir. Yo no sé dónde está el progreso en Sonora. No lo veo. Ha de estar en los bancos de Tucson. Se ven los mismos baches de hace años, mucho desempleo. Y se siente incluso que la economía subterránea ha bajado. Aquí siempre la fayuca: los liváis, las botas, le habían permitido a la gente sobrevivir. Pero ya ni eso, porque con el GATT bajó el precio de las cosas contrabandeadas.
—Antes nadie se moría de hambre.
—Ahora tampoco, pero, te digo, ya se ve mucha gente pidiendo limosna como en el D.F. De pronto sí, como que hay dinero. Viene por oleadas.
—Bueno, eso es también parte de la economía informal.
—¿Qué?
—Los negocios ilegales, los dólares colombianos, todo eso.
—Sí. Se sienten como una derrama súbita, de golpe, que también se va de la noche a la mañana. Es por épocas. De repente se nota que hay mucho circulante. Y luego ya no. Como que todo esto desequilibra mucho la economía. Y no, no es cierto. No es cierto que en Sonora no se siente la crisis.
—Bueno, pero ya con las medidas de Aspe se hace la luz.
—Sí, hombre, bendito sea Dios. Qué bueno, ¿verdad?
—No es la primera modernización que ha habido, la de Salinas. Ya ha habido otras: la de Miguel Alemán, sobre todo.
—Claro. También en los años de Miguel Alemán, que era un presidente joven, con bigotito a la Errol Flynn, se inaugura una nueva clase política, chavos de entre treinta y cuarenta años.
—Así que Salinas no es el inventor del paraguas.
—Pues no. Ya lo habían inventado Miguel Alemán y antes Porfirio Díaz. El rollo de la modernización no es nuevo. Julio Ruelas, por cierto, hacía la revista Moderna. Ahora, la verdad es que no importa que el paraguas no sea un invento nuevo. Nada hay nuevo bajo el sol. Lo importante es que sirva para protegernos de la lluvia y no para que nos peguen con él en la cabeza.
—Es muy interesante eso porque en la época de Miguel Alemán todo era sonrisas y triunfalismo. Había un estilo de quítate que ahi voy, un poco japonés, como ahora en los tiempos de Aspe y Salinas, un poco samurai. Miguel Alemán usaba un bigotito como el de Errol Flynn o el de Jorge Negrete, que no era un bigotito mexicano. Te digo esto porque en el México feliz de Miguel Alemán el cine tenía una función de manipulación política como ahora la tiene la televisión y el gran aparato de propaganda de Salinas: Televisa, El Nacional, Notimex, Unomásuno. No se podía gobernar sin un buen aparato propagandístico.
—Sí, pero lo distinto está en el componente demográfico. Tal vez ésa sea la diferencia fundamental. Es mucho más difícil ahora, más deuda y más gente. En aquel entonces, apenas acababa la Segunda Guerra Mundial, el gran modernizador es Miguel Alemán: las presas, las autopistas, los aeropuertos, los grandes edificios y Ciudad Universitaria. Entra en escena una nueva clase política: la clase universitaria, tal y como ahora se incorpora la clase política postgraduada, de funcionarios entre treinta y cuarenta años, formados en las matrices ideológicas de Harvard o de Chicago y que todos los días están inventando el paraguas.

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