Sunday, September 03, 2006
La criminalización del Estado
Lo que la novela policiaca política tiene que decir puede parecerse al arco, a la parábola que en la balística quiere representar la trayectoria y el alcance de un tiro, porque el mundo que aspira a configurar requiere de algunos años para empalmar con la encrucijada de la realidad más palpitante. Como la humedad, poco a poco, la literatura tarda en llegar a la conciencia del desocupado y atento lector.
Si hacia finales de los años 70 una novela política de corte policiaco como El contexto, de Leonardo Sciascia, llamaba la atención más allá de las fronteras editoriales italianas era porque en el fondo estaba planteando algo identificable como la descomposición del Estado moderno en las últimas décadas del siglo. Situada su acción en un “país imaginario”, en el que existía una embajada de Italia a fin de no permitir equívocos, la novela del narrador sículo estaba montada en la “estrategia de la tensión” que a principios de los 70 tensaba la convivencia civil de los italianos: de hecho había el temor de un golpe de Estado, todas las condiciones estaban puestas en bandeja de plata para un aprovechamiento ilegítimo y desestabilizador promovido por la debilidad, la incompetencia y la corrupción de los gobernantes y los dirigentes de los partidos políticos. El origen del complot, la maquinación criminal, estaba en la residencia misma del poder: en el Quirinale, la Casa Rosada, l´Elysée, la Casa Blanca, Los Pinos.
El mejor exegeta de Sciascia, el profesor de la Universidad de Grenoble Claude Ambroise, se fijó de inmediato en el carácter metaitaliano, universal, de la percepción imaginativa del siciliano que utilizaba la novela policiaca como parodia. Una suerte de “centrifugazione della relatá” se infería de la técnica específica de la novela negra. El cadáver resultante de un asesinato político irradiaba una onda expansiva; yacía en el centro del círculo de tensión a partir del cual el ciudadano se sentía sucio. Meditabundo. Humillado por la muerte.
Si escribir es aprender a morir, como intuía Montaigne, la novela políticopoliciaca de Sciascia trata de transformar la muerte de alguien en una experiencia narrable, escribe Claude Ambroise. En episodios aislados encontramos ilustraciones de este modo de agredir la realidad: durante las últimas horas de Di Bella en El día de la lechuza, en las torturas que sufre Di Blasi en El Consejo de Egipto, en el final de Rogas en El contexto. En Todo modo, el hecho de escribir tiende a coincidir, simbólicamente, con el acto mismo de matar. Así Sciascia desmitifica la novela policiaca y la reinventa. En toda la anfibología que se tiende entre la política y el crimen, Sciascia hace una parodia de la novela policiaca tradicional en la medida en que retoma sus estereotipos, su técnica literaria, su metafísica. Y sus personajes no son detectives privados sino inspectores, representantes del Estado (como el Maigret de Simenon), como Bellodi, el jefe de los carabineros en El día de la lechuza, que creía en la ley. Una especie de héroe laico. O como Rogas, en El contexto.
La estructura metafísica de la novela policiaca, dice Claude Ambroise, no sólo se considera en relación con la literatura, sino en función de una cierta imagen de la sociedad civil y del Estado que emana de los textos sciascianos en los que más que la luz, predomina la sombra. Se trata de un mundo en el que ya no hay individuos ni existen las responsabilidades individuales. El oficio de un inspector como Rogas, en El contexto, se ha vuelto ridículo. El mal, como interpreta Fernando Escalante, está en todas partes y en ninguna. La anónima criminalidad, el poder invisible.
Del “Estado de derecho”, como si pudiera decirse “muerto sin vida” de manera pleonástica (el Estado sólo es de derecho, si no lo es no hay Estado), pasamos a la teorización del Estado criminal. Rogas es asesinado por la policía del Estado y él mismo, funcionario del Estado, mata al secretario del Partido Revolucionario del que esperaba, precisamente para salvar al Estado, un apoyo. Y, así, entramos al terreno del delirio.
“Pero señores míos –dice el sacerdote don Gaetano, una especie de Girolamo Prigione, en Todo modo—, no me vengan a decir ahora que el Estado todavía existe... A mi edad, sería una revelación insoportable.” El Estado moderno no ha logrado cumplir con todas sus funciones. La criminalidad lo ha contagiado.
De esa manera, pues, uno de los problemas centrales de la reflexión sciasciana lo constituye el proceso de criminalización del Estado. En todas las novelas del siciliano se parte de un hecho de crónica –de una nota roja diríamos aquí— que conduce naturalmente al mundo político. El uso político de la delincuencia, y no sólo el sistema de las protecciones, se vuelve la clave de la novela sciasciana cuyos límites ya no son locales sino remiten a toda la estructura del Estado. En ese sentido, la novela policiaca se convierte en el tratado político de nuestro tiempo. Y esto no lo dice Claude Ambroise ni mucho menos Sciascia. Lo afirma un politólogo, Giorgio Galli, en un estudio sobre el caso de Enrico Matei: “Si las hipótesis de los politólogos tienen cada vez mayor correspondencia con la criminología, eso no depende de su fantasía sino de la situación a que se ha reducido nuestro sistema político.”
Sin embargo, la ilustración más lúcida sobre esta tragedia civil sigue estando en Todo modo: hombres de poder, funcionarios del Estado, gentes de las finanzas y de la especulación bursátil, se reúnen un fin de semana para un retiro espiritual. No sabemos quién ha asesinado a las primeras víctimas y no tiene importancia saberlo porque pudo haber sido cualquier de esos señores dueños del país. Su regla de oro es la omertá (que en siciliano quiere decir hombría), la ley del silencio, el chantaje, el robo, el delito. En todo se identifican con los mafiosos. Y a partir de esta realidad finisecular, de esta forma de ejercer el poder y utilizarlo para organizar la impunidad, puesto que no se gobierna en función del bien común sino en atención a los intereses particulares y de grupo, no es posible ya imaginar un ordenamiento estatal que permita distinguir entre Estado y anti—Estado, entre instituciones de la delincuencia e instituciones de la justicia. En último análisis la novela sciasciana no sólo se remite al problema del Estado en la sociedad italiana, al destino histórico político de Sicilia, sino a la forma en que se vive, se padece y se desvanece el Estado en muchas de nuestras sociedades... que se están sicilianizando.
Si hacia finales de los años 70 una novela política de corte policiaco como El contexto, de Leonardo Sciascia, llamaba la atención más allá de las fronteras editoriales italianas era porque en el fondo estaba planteando algo identificable como la descomposición del Estado moderno en las últimas décadas del siglo. Situada su acción en un “país imaginario”, en el que existía una embajada de Italia a fin de no permitir equívocos, la novela del narrador sículo estaba montada en la “estrategia de la tensión” que a principios de los 70 tensaba la convivencia civil de los italianos: de hecho había el temor de un golpe de Estado, todas las condiciones estaban puestas en bandeja de plata para un aprovechamiento ilegítimo y desestabilizador promovido por la debilidad, la incompetencia y la corrupción de los gobernantes y los dirigentes de los partidos políticos. El origen del complot, la maquinación criminal, estaba en la residencia misma del poder: en el Quirinale, la Casa Rosada, l´Elysée, la Casa Blanca, Los Pinos.
El mejor exegeta de Sciascia, el profesor de la Universidad de Grenoble Claude Ambroise, se fijó de inmediato en el carácter metaitaliano, universal, de la percepción imaginativa del siciliano que utilizaba la novela policiaca como parodia. Una suerte de “centrifugazione della relatá” se infería de la técnica específica de la novela negra. El cadáver resultante de un asesinato político irradiaba una onda expansiva; yacía en el centro del círculo de tensión a partir del cual el ciudadano se sentía sucio. Meditabundo. Humillado por la muerte.
Si escribir es aprender a morir, como intuía Montaigne, la novela políticopoliciaca de Sciascia trata de transformar la muerte de alguien en una experiencia narrable, escribe Claude Ambroise. En episodios aislados encontramos ilustraciones de este modo de agredir la realidad: durante las últimas horas de Di Bella en El día de la lechuza, en las torturas que sufre Di Blasi en El Consejo de Egipto, en el final de Rogas en El contexto. En Todo modo, el hecho de escribir tiende a coincidir, simbólicamente, con el acto mismo de matar. Así Sciascia desmitifica la novela policiaca y la reinventa. En toda la anfibología que se tiende entre la política y el crimen, Sciascia hace una parodia de la novela policiaca tradicional en la medida en que retoma sus estereotipos, su técnica literaria, su metafísica. Y sus personajes no son detectives privados sino inspectores, representantes del Estado (como el Maigret de Simenon), como Bellodi, el jefe de los carabineros en El día de la lechuza, que creía en la ley. Una especie de héroe laico. O como Rogas, en El contexto.
La estructura metafísica de la novela policiaca, dice Claude Ambroise, no sólo se considera en relación con la literatura, sino en función de una cierta imagen de la sociedad civil y del Estado que emana de los textos sciascianos en los que más que la luz, predomina la sombra. Se trata de un mundo en el que ya no hay individuos ni existen las responsabilidades individuales. El oficio de un inspector como Rogas, en El contexto, se ha vuelto ridículo. El mal, como interpreta Fernando Escalante, está en todas partes y en ninguna. La anónima criminalidad, el poder invisible.
Del “Estado de derecho”, como si pudiera decirse “muerto sin vida” de manera pleonástica (el Estado sólo es de derecho, si no lo es no hay Estado), pasamos a la teorización del Estado criminal. Rogas es asesinado por la policía del Estado y él mismo, funcionario del Estado, mata al secretario del Partido Revolucionario del que esperaba, precisamente para salvar al Estado, un apoyo. Y, así, entramos al terreno del delirio.
“Pero señores míos –dice el sacerdote don Gaetano, una especie de Girolamo Prigione, en Todo modo—, no me vengan a decir ahora que el Estado todavía existe... A mi edad, sería una revelación insoportable.” El Estado moderno no ha logrado cumplir con todas sus funciones. La criminalidad lo ha contagiado.
De esa manera, pues, uno de los problemas centrales de la reflexión sciasciana lo constituye el proceso de criminalización del Estado. En todas las novelas del siciliano se parte de un hecho de crónica –de una nota roja diríamos aquí— que conduce naturalmente al mundo político. El uso político de la delincuencia, y no sólo el sistema de las protecciones, se vuelve la clave de la novela sciasciana cuyos límites ya no son locales sino remiten a toda la estructura del Estado. En ese sentido, la novela policiaca se convierte en el tratado político de nuestro tiempo. Y esto no lo dice Claude Ambroise ni mucho menos Sciascia. Lo afirma un politólogo, Giorgio Galli, en un estudio sobre el caso de Enrico Matei: “Si las hipótesis de los politólogos tienen cada vez mayor correspondencia con la criminología, eso no depende de su fantasía sino de la situación a que se ha reducido nuestro sistema político.”
Sin embargo, la ilustración más lúcida sobre esta tragedia civil sigue estando en Todo modo: hombres de poder, funcionarios del Estado, gentes de las finanzas y de la especulación bursátil, se reúnen un fin de semana para un retiro espiritual. No sabemos quién ha asesinado a las primeras víctimas y no tiene importancia saberlo porque pudo haber sido cualquier de esos señores dueños del país. Su regla de oro es la omertá (que en siciliano quiere decir hombría), la ley del silencio, el chantaje, el robo, el delito. En todo se identifican con los mafiosos. Y a partir de esta realidad finisecular, de esta forma de ejercer el poder y utilizarlo para organizar la impunidad, puesto que no se gobierna en función del bien común sino en atención a los intereses particulares y de grupo, no es posible ya imaginar un ordenamiento estatal que permita distinguir entre Estado y anti—Estado, entre instituciones de la delincuencia e instituciones de la justicia. En último análisis la novela sciasciana no sólo se remite al problema del Estado en la sociedad italiana, al destino histórico político de Sicilia, sino a la forma en que se vive, se padece y se desvanece el Estado en muchas de nuestras sociedades... que se están sicilianizando.