Wednesday, September 06, 2006

 

La abuela de la novela policiaca

Los historiadores de la literatura han tenido una preocupación acaso baladí: dilucidar la paternidad o la maternidad de un cierto género narrativo, el de la novela policiaca, por ejemplo. Así, en casi todas las historias literarias se hace responsable el inglés William Wilkie Collins –que vivió entre 1824 y 1889— de la creación de la novela enigma de igual modo en que reconocen en Edgar Allan Poe el origen del cuento policial.
Wilkie Collins publicó en 1868, a los 44 años de edad, la novela que habría de consentirle una póstuma gloria: La piedra lunar.
Solterón, misterioso (tenía dos amantes), Wilkie Collins sufría de gota y tomaba láudano. Abogado, opiómano, actor y amigo íntimo de Charles Dickens, escribió también La dama de blanco. Sus dos novelas permiten asociar su nombre a la temática policiaca que ya empezaba a tomar vuelo en Francia con la novela folletinesca. The Moonstone fue el primer relato de extensión larga y de carácter detectivesco que podría considerarse novela, luego de los tres cuentos de Poe que en 1841 instauraron el género.
Pero no falta quien dispute a Collins el mérito de haber sido el primero. Los franceses, por ejemplo, tienden a privilegiar el trabajo literario de Balzac, Eugenio Sue y Ponson de Terrail, que cometieron toda suerte de incursiones en la región policiaca y fueron difundidos a través de los folletones por entregas.
Influido por la autobiografía de Vidocq, el ex ladrón convertido en policía y fundador de la Sureté, Emile Gaboriau (1832—1873) es contemporáneo de Collins y publica en 1866, dos años antes que Collins La piedra lunar, su novela El caso Lerouge, obra policiaca que su autor define como “relato de investigación”.
Sea Gaboriau o Collins el verdadero padre de la novela enigma –cosa que finalmente carece de importancia si se piensa que todos los escritores son creadores de ese gran libro universal que es la literatura—, lo cierto es que el francés resume el espíritu literario o novelesco de la época con estas palabras:
Teniendo un crimen, con sus circunstancias y sus detalles, construyo pieza por pieza n plan de acusación que únicamente presento cuando está perfecto acabado. Si se encuentra a un hombre a quien aplicarlo en sus menores detalles, se ha encontrado ya al autor del crimen. De no ser así, nos hemos topado con un inocente. ¿Cómo he llegado hasta el culpable? He aquí mi respuesta: procediendo por inducción desde lo conocido hasta lo desconocido.
Amigo de Charles Dickens, con quien dirigió revistas y pergeñó al alimón dos o tres cuentos, como “Un mensaje desde el mar”, Collins estudió derecho pero no se atrevió a ejercer la abogacía. Compartía con Dickens la repugnancia por la judicatura y la legislatura que pueden justificarlo todo, incluso el crimen, a favor de una clase. Entonces, prefirió escribir.
Leyó también a Carlyle –ha escrito León Thorens—, y junto con éste a su nuevo amigo Dickens; vilipendió el maquinismo, la filosofía de los números, de la técnica, de la utilidad. Introducido por Dickens en las revistas de gran tirada, publicó relatos en que campeaba lo misterioso y lo fantástico. Collins enseñaba a Dickens a elaborar un enigma, pero Dickens convencía a Collins de que el enigma quedara explicado siempre de un modo racional: sólo se trataba de analizar y descubrir los elementos por el método deductivo.
Sirviéndole de antecedente los relatos de William Russell, que en 1856 publica Recollections of a Detective Police Officer, Wilkie Collins escribió, pues, la que se supone la primera novela de deducción en Inglaterra: La piedra lunar.
El célebre prólogo de Jorge Luis Borges a la versión castellana de La piedra lunar, publicada en Buenos Aires en 1971 por Fabril Editora y por Montesinos en Barcelona en 1981, nos informa de los componentes esenciales del género: “El crimen enigmático y, a primera vista, insoluble; el investigador sedentario que lo descifra por medio de la imaginación y de la lógica; el caso referido por un amigo impersonal y, un tanto borroso, del investigador.”
Veintitantos años después de Poe aparecen El caso Lerouge, del francés Emile Gaboriau, La dama de blanco y La piedra lunar, de Wilkie Collins. Borges escribe:
Estas últimas novelas merecen mucho más que una respetuosa mención histórica; Chesterton las ha juzgado superiores a los más afortunados ejemplos de la escuela contemporánea. Swinburne, que apasionadamente renovaría la música del idioma inglés, afirmó que La piedra lunar es una obra maestra; Fitzgerald, insigne traductor (y casi inventor) de Omar Khayyam, prefirió La dama de blanco a las obras de Fielding y de Jane Austen.
La diversidad de puntos de vista, empleada como técnica narrativa en La dama de blanco, constituye también el dispositivo a través del cual Wilkie Collins organiza los diferentes fragmentos que dan cuerpo a La piedra lunar.
Importa sobre todo el relato del viejo jefe de criados, Gabriel Betteredge, porque en todo su capítulo –que podría considerarse el planteamiento del enigma, aunque dé la visión de una sola cara del poliedro— se resume lo esencial del asunto y ocupa el 40 por ciento de la novela.
Procedida por un prólogo (extracto de una carta familiar en la que se refiere la toma de Seringapatam en la India, episodio en el que John Herncastle se roba el diamante lunar de una daga sagrada, mediante un par de asesinatos y una maldición eterna que le endilgan sus víctimas) y concluida con un epílogo con un informe del sargento Cuff y otro de Mr. Murthwaite, el especialista en temas hindús que ve en una ceremonia el regreso de la piedra a la divinidad imaginaria de la secta hindú que la recupera), La piedra lunar se beneficia de la pluralidad de los diversos puntos de vista que no sólo permiten el mejor tejido de la trama sino que además enriquecen la historia misma y el carácter de los personajes en interacción.


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