Wednesday, September 06, 2006

 

Justicia Highsmith

Lo que distinguía a la enorme Patricia Highsmith, que falleció el sábado 3 de febrero de 1995 en Locarno, era su capacidad de construir una atmósfera: el ambiente, la tensión de la trama, el don de establecer el miedo en el lector, el poder de un personaje para imponerse sobre otro y someterlo. Como en las obras de Harold Pinter. Más que una novelista “policiaca” era un novelista a secas, en el más serio sentido de l apalabra. O como bien lo dice Rosa Montero: “Fue enmarcada como autora de novela negra, pero el crimen era sólo una excusa para arrancar las múltiples capas de cebolla que cubren los móviles, que era su verdadero tema.” ¿Qué hubiera pensado del asesinato de Luis Donaldo Colosio? ¿Qué pensaría del homicidio de Manuel Buendía y, sobre todo, acerca de su investigación?
Si en última instancia la justicia viene a ser el tema nuclear de toda novela policiaca, hágase o no por un juez o por una fuerza divina, deus ex machina, lo cierto es que al lector le tiene sin cuidado que triunfe el bien o el mal. A veces es más verosímil, más realista, y más frecuente, que no se haga justicia. (Piénsese en nuestros recientes crímenes políticos.) Por eso para la sensacional escritora texana no había dudas sobre este principio de realidad: “La pasión del público por la justicia me resulta aburrida y artificial, porque ni a la vida ni a la naturaleza les importa que se haga o no justicia.”
Con esta cuchillada conceptual, Patricia Highsmith ponía momentáneamente en entredicho, y acaso sin intención, la razón misma de escribir de algunos novelistas, como Alessandro Manzoni, para quienes la literatura narrativa no tiene sentido si no se indaga con ella el tema de la justicia.
La anotación de la Highsmith comportaba, sin embargo, un saludable cinismo o acaso una suave ironía. No es ocioso insistir en que la relación entre la realidad y la ley –el país real y el país legal, el derecho a la justicia penal real— es ilusoria, sobre todo en un país donde más que un derecho penal de leyes escritas predomina un derecho consuetudinario de sobornos e influencias y un poder policiaco que ya no controlan los “procuradores”. Queda a voluntad del gobernante (en un sistema presidencialista anacrónico y perverso, como el mexicano) que se haga o no justicia, que entre en funcionamiento o no el aparato de la justicia, puesto que el Ministerio Público sigue siendo un empleado a las órdenes del Poder Ejecutivo.
Ese interés del público por la justicia es lo que conduce a la lectura de novelas policias, como las de Patricia Highsmith, aunque al mismo tiempo al lector “le gusta la brutalidad”, la sangre, y disfrutar el discurrir obsesivo de una mente asesina.
La autora de Extraños en un tren, A pleno sol (que en el cine reelaboró René Clement con Alain Delon), El temblor de la falsificación, Mar de fondo, La celda de cristal, El grito de la lechuza, Un juego para los vivos (que sucede en México y que escribió aquí en 1958) intentaba compartir con el lector cuál y cómo fue su experiencia al concebir y realizar algunas de sus novelas (para Sergio Pitol una de sus mejores es Rescate por un perro), y por eso escribió Suspense: cómo se escribe una novela de intriga (Anagrama, Barcelona, 1988).
Hay que partir de una idea original, un germen, como por ejemplo: “Dos personas desconocidas se encuentran en un tren y se ponen de acuerdo en asesinar a sus enemigos mutuos, lo cual les proporciona una coartada perfecta.” Desde allí la historia empieza a caminar hacia el vértigo del asesinato. Patricia Highsmith creía en la gota diaria, en el ladrillo sobre ladrillo que se va pegando todos los días hasta erigir la barda de la novela (cosa que no se puede hacer con el cuento que, como dice García Márquez, se parece más bien al vaciado en concreto). “Un libro es en realidad un proceso largo y continuo que, idealmente, sólo debería interrumpirse por el sueño.”
“Un libro experimenta un cambio cuando uno (o una) ya lleva escritas tres cuartas partes”, pensaba Patricia Highsmith y aludía así a lo que sería la calidad de una concentración continuada y sostenida. Al cabo de las semanas y los meses, el proceso mismo de la escritura desemboca en un tipo de concentración distinto al que se intentó y consiguió el primer día de trabajo. La novelista hablaba del valor de la reescritura, de la conveniencia de dejar dormir unos meses el primer borrador y después retomarlo. Advertía asimismo contra los engaños de la información (que conspira contra la imaginación) como si los hechos mismos de la realidad fueran anticonceptivos literarios.
La historia más apasionante que te cuenta una amiga, con el fatal comentario “Sé que tú puedes escribir un relato magnífico partiendo de esto”, es casi seguro que no valdrá nada para el escritor. Si es un relato, ya lo es. No necesita la imaginación de un escritor, cuya imaginación y cerebro lo rechazan artísticamente, del mismo modo que su carne rechazaría un injerto de carne ajena.
Esto decía Highsmith y recordaba una anécdota de Henry James: “Cuando un amigo empezó a contarle una historia, Henry James lo calló al cabo de unas cuantas palabras. Ya había oído bastante y prefería dejar el resto a su imaginación.”
Es obvio que la Pinter de la novela policiaca dice lo suyo en la tradición de los novelistas que conciben a la novela como la construcción de una historia e incluso de un drama, a la manera de los dramaturgos y los autores policiacos –atendiendo a lo implícito, al subtexto, a lo meramente insinuado—, y en nada se refiere a la legalidad de otras formas novelísticas como la de la novela electrónica que se sustenta no en la sabia interrelación de los personajes y la verosimilitud de un argumento sino en la acumulación exhaustiva de datos históricos, el trabajo con fichas y el espejismo de la procesadora.
Al confeccionar sus novelas policiacas sin solución (como en la realidad mexicana: al autor intelectual de un crimen nunca se le consigna porque o bien es hijo de un secretario de Estado o no se le puede probar la relación con el asesino material, o el caso del homicidio por negligencia en el que frecuentemente caen los anestesiólogos y los médicos), lo que crea es una atmósfera, un clima, un ambiente que una vez conseguido, preludia el corte súbito: el final de la novela en cuanto se construye el personaje y se redondea la situación.
“Si alguien quiere ser escritor –y exponer al escrutinio público sus emociones, sus peculiaridades personales y su actitud ante la vida—, debe ante todo escribir bien; ése es su primer compromiso.”
Si va a ampliar su visión o la experiencia que el lector tiene del mundo, tiene que hacerse del oficio pero no sólo (si va a escribir de asesinos y víctimas) describir la crueldad y la sangre. Deberá mostrar también interés por la justicia o su ausencia en el mundo, dice Patricia Highsmith, y sus personajes inventados tienen que parecer de a de veras.

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