Sunday, September 03, 2006

 

Hombres de respeto

Los reyes no ordenan los
parricidios. Los permiten
tan sólo, de manera que
puedan ignorarlos.
Jan Kott, Apuntes sobre Shakespeare


Siempre me ha llamado poderosamente la atención el hecho de que personas en el fondo nada respetables se traten entre sí con tanto respeto y solemnidad. Ha de ser por el cariño, por la necesidad de autoestima que todo ser humano, en el fondo, necesita y desea. ¿Cómo está, licenciado? Gusto en saludarlo. Ya vino el senador y estuvo platicando con el secretario. No, fíjese que sí, no va a haber ningún problema. El licenciado R ganó las elecciones muy bien, sin mancha alguna. El profesor K es un encanto. Es un pan. Te lo comes. Sí. El señor gobernador me distinguió con invitarme, con todos los gastos. Ya había renunciado, ya se había puesto de acuerdo aquí con M, pero no, mejor no. No, no es cierto. Eso que se dice es de sus hermanos. Él no tocó un cinco de lo de la campaña. Es una persona intachable. Un hombre íntegro, incapaz de tocar un peso, incapacitado física y moralmente para aceptar un dólar, ahora que todos tienen la tentación colombiana de acumular en millones de dólares. En realidad todo lo hace por amor a México. La devaluación no es sino un ajuste de cuentas. Es absolutamente infame inferir que los mil 200 millones de dólares que se gastaron en la campaña presidencial del candidato priísta (que se repartieron entre los cuates: en las imprentas, los viajes a Japón y Europa, los hoteles, las casa, las cavas, los ranchos, los aviones) haya tenido que ver con la quiebra.
Pero eso no tiene nada que ver con la destreza o la impericia de nuestros economistas, ni se le puede reprochar a la economía (que tiene pretensiones de científica) que la realidad sea como es. Es más bien cosa de las olas que suelen darse en la economía mundial de tanto en tanto. Qué manía ésa de andar buscando culpables. Lo que te digo es que el licenciado es una gente honorable, como Bruto. Adora a su país. Llora. Le duele México. (Sólo que si se repite siete o nueve veces que el licenciado es un hombre honorable la gente empieza a sospechar que no lo es tanto.)
El colmo ahora es buscarle tres pies al gato, ahora sí, más allá de la longitud de guerra del sexenio salinista (1988—1994), para edificar la teoría de que en el asesinato de Luis Donaldo Colosio hubo más de un asesino. Hombre, si ya el caso lo habían cerrado el licenciado Montes y la licenciada Olga Islas, con el aval y el apoyo y la opinión de honorabilísimos abogados penalistas y la tangencial y nunca desdeñable opinión de Juan Velázquez. ¿Cómo que vienen ahora a preguntarse, como en Macbeth: “¿Quién es ese hombre bañado de sangre?” (What bloody man is that?) ¿No habíamos quedado en que Aburto actuó solo? ¿O será que con estas revelaciones el nuevo gobierno está acalambrando al anterior? Entonces sí tenía la razón la hija del doctor Aubanel cuando dijo –aunque después la obligaron sospechosamente a retractarse— que fueron dos balas de diferente calibre las que habían acribillado al sonorense. O sea que lo sospechoso no es el crimen mismo sino la manera en que de todos lados se cuelan litros de viscosos encubrimientos, pegajosos, irrespirables. Todo resulta como la insondable pesadilla en el corazón de la noche palaciega en Macbeth, tal como se representa ahora en una película: Hombres de respeto, ambientada en territorios de la mafia neoyorkina, ahora, en nuestro tiempo, en 1993, con ese enorme actor que es John Turturro, y que no es sino la adaptación de Macbeth a nuestra época, a nuestro final de siglo –una película de gángsters—, en la que la historia no sólo está representada como el Gran Mecanismo sino también está escenificada bajo el aspecto de una pesadilla, según escribe Jan Kott, porque “el mecanismo y la pesadilla son tan sólo dos metáforas distintas de la misma lucha por el poder”.


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