Tuesday, September 05, 2006

 

Felis Catus

Permítaseme hablar de mi gato, antes
de que la ruina ecológica lo extinga.
Raúl Renán, Felis Catus

1. Desde el 14 de agosto de 1923 se tienen noticias del Gato Félix. Es la fecha en que su creador, Otto Messmer, tomando su nombre del latín felis catus que se utiliza en zoología para designar al gato doméstico, publicó –por encargo del productor Pat Sullivan— las tiras cómicas en los periódicos neoyorkinos consagradas al célebre personaje Felix the Cat.
Fue el primer superstar internacional en los dibujos animados del cine, el primero en pasar de la tira cómica a la pantalla.
Las reimpresiones inglesas empezaron en The Illustrated Sunday Herald y en The Felix Annuals en 1926. Sullivan produjo su última película de Félix en 1929, pero Félix ha seguido caminando en varios libros de cómics y como apodo de un periodista tijuanense: Héctor Félix Miranda.
2. En la mañana del 20 de abril de 1988, Antonio Vera Palestina, Victoriano Medina y Emigdio Nevárez, en un pick up y un Trans Am, encajonaron el automóvil que tripulaba Héctor Félix Miranda y lo asesinaron de varios escopetazos, de arriba abajo, a una inclinación de unos 45 grados. Según el jefe de la policía estatal, Gustavo Romero Meza, Victoriano Medina se clocó en su Trans Am delante del LTD del periodista, mientras Nevárez conducía el pick up y Vera Palestina accionaba la escopeta.
Victoriano Medina fue sentenciado a 27 años de cárcel; Vera Palestina, a 25; y Emigdio Nevárez fue asesinado el 24 de julio de 1992, cuatro años después de homicidio, cuando de pronto se presentó en Tijuana a cobrar una deuda. Los tres empleados de seguridad del Hipódromo de Agua Caliente (de cuya concesión disfruta el profesor Carlos Hank González) fueron considerados así los autores materiales el crimen y al caso se le dio carpetazo. No se pudo, o no se quiso, demostrar la autoría intelectual del asesinato.


Cuando te matan a un socio se supone que
tienes que hacer algo al respecto. No tiene
la menor importancia lo que sintieras por él.
Era tu socio y se supone que tienes que hacer
algo. Porque lo que pasa es que nosotros
estamos en el negocio de detectives. Bueno,
pues cuando matan a alguien de tu organi—
zación no es buen negocio dejar que el ase—
sino se escape. Es malo para todo el mundo:
malo para la organización, malo para cual—
quier detective. Además, yo soy detective y
esperar que agarre a un asesino y luego lo
deje ir es como pedirle a un perro que atrape
a su liebre y luego la deje escapar. Puede
hacerse, ciertamente, y a veces se hace, pero
no es lo natural.
Sam Spade, en El halcón maltés,

de Dashiell Hammettt

3. desde la mañana del miércoles 20 de abril de 1988 empezó a circular por los teletipos de las agencias la noticia de que Héctor Félix Miranda, mejor conocido como “El Gato”, había sido asesinado de dos certeros escopetazos al bajar por una de las colinas de Tijuana.
El periodista, codirector del semanario Zeta, iba a cumplir 48 años en julio de 1988. Había nacido en un pueblo llamado Baca, cerca de Choix, Sinaloa, y estudiado la primaria en la escuela Alberto Gutíerrez, de Hermosillo, y la secundaria en una filial de la Universidad de Sonora. Había empezado a trabajar como contador de un periódico de Tijuana y, por su afición a los deportes, le entró el gusto de ponerle pies a las fotos y de escribir una columna de comentarios deportivos, “Un poco de algo”, que más tarde en ABC y Zeta se volvió de denuncia y sátira políticas, y que tal vez –por hacer un juego d epalabras— hubo de costarl la vida.
Jesús Fregoso Hernández, jefe de departamento de fotolito del vespertino Baja California, qu dirigía Ricardo “El Yuca” Gibert, fue el que le puso “El Gato”, en alusión al Gato Félix de las tiras cómicas norteamericanas y además porque bien podía decirse que el contador tenía cara de gato.
“Yo tengo siete vidas como los gatos, pero ya no sé cuántas me quedan”, había dicho Héctor Félix Miranda apenas el 12 de marzo de 1988 en una recepción en el hipódromo de Agua Caliente durante la coronación de Miss turismo.
Y seguramente no lo sabía (pues no tomó ninguna precaución) el miércoles 20 de abril por la mañana, hacia las 9:30, lluvioso y negro el cielo, lodosa la calle, cuando una pick up cámper de color café se le aproximó… y alguien, con una escopeta de cañones recortados en las manos, le descerrajó dos profesionales disparos de Buck 12, el calibre utilizado para matar animales “en corto”. Ese tipo de arma, que fabrican la Remington y la Winchester, y que suelen utilizar muchas de la policías en la frontera, se puede comprar en cualquier armería de San Diego en unos 280 dólares y se ofrecen para “defensa personal”, aunque en los países civilizados está prohibido recortar los cañones –como la famosa “lupara” en Sicilia, que en un principio se usaba para matar lobos y luego hombres— o alterar las características fabriles de cualquier arma de fuego, porque se amplía el haz del disparo y se vuelve más peligrosa.
Para Jesús Blancornelas, codirector de Zeta, los asesinos intelectuales quisieron montar la apariencia de un típico asesinato de narcomafiosos, justamente para desviar la atención sobre la verdadera naturaleza del crimen.
Mientras conducía su automóvil LTD 1980, Félix Miranda fue interceptado de algún modo por sus agresores. Evidentemente, los sicarios –puesto que son asesinos a sueldo, profesionales, expertos— le dispararon desde la pick up en marcha. Lo cierto es que los escopetazos entraron selectivamente, hiriendo mortalmente el cuerpo del periodista, pero sin dañar la carrocería del auto.
Redactores, reporteros, personal administrativo de Zeta distribuyeron en la prensa una declaración, en la que exigían del gobernador Xicoténcatl Leyva Mortera el pronto esclarecimiento del homicidio. “No nos vamos a poner a investigar nosotros. Eso compete a la autoridad judicial. Pero si no hacen nada, nos encomendaremos a las instancias federales y, después, si tampoco se hace nada, a la opinión pública internacional.”
El crimen fue reporteado minuciosamente por The San Diego Union, The San Diego Examinar, Los Angeles Times, Los Angeles Examiner, y todos los canales de televisión del sur de California donde –entre la comunidd chicana— circula con gran prestigio el semanario Zeta desde hace más de diez años, después de que en 1979 sus reporteros y directivos fueron echados del diario ABC por una maniobra del entonces gobernador Roberto de la Madrid, el cómplice –en tantas otras cosas— de José López Portillo.
Sin embargo, el recuento más completo del crimen se debe al trabajo periodístico de William Murray, unas 35 cuartillas que fueron publicadas en The New Yorker el 31 de julio de 1989. Murray es también autor de una novela, The King of the Nightcap, en la que compone una parábola satírica sobre el hipódromo de Agua Caliente y su concesionario.
“Tampoco sabemos si el crimen se ordenó desde el centro de la república para causarle problemas a Xicoténcatl”, dijo Blancornelas.
En todo caso –afirmó Blancornelas— parece tratarse de una venganza con una muy probable relación poítica. Se contrató a un profesional para hacerlo. Obviamente. Tiró a matar. No cualquier lo hubiera hecho con tanta precision. Se quiso dar la impresión de un crimen estilo de la mafia, un modus operandi de narcos, pero es absurdo, pues nunca hubo la menor relación entre Félix Miranda y ese tipo de gente. Alguien ordenó el crimen al estilo de la mafia para prefabricar una hipótesis diversionista y despista ra los investigadores. Eso es obvio.
Lo único que pudo establecerse fue que los sicarios trabajaban para Jorge Hank Rohn, hijo del poítico y empresario Carlos Hank González, y para otro importante adminsitrador del hipódroo de apellido Murguía.
4. Sardónico, satírico, burlón, despiadado, sin pelos en la lengua, insobornable, malhablado y malescrito, Héctor Félix Miranda era indudablemente el periodista más popular en el noroeste, zona del país en donde no hay muchos periodistas independientes. En los últimos años su prstigio se había extendido a Ensenada, Mexicali, Tecate y el sur de California, donde solían leerlo los chicanos y los indocumentados.
Hablaba por los que no tenían voz en Tijuana y en su propio lenguaje, con sus mismas palabras, con sus idénticas, furiosas, indignadas, irreverentes, desesperadas “malas” palabras.
No hacía exclusión de nadie, como si viviera en el más democrático de los países, como si ejerciera el periodismo en un país en el que hubiera Estado. Criticaba, se burlaba, se reía, se pitorreaba, sin el menor recato, libérrimo, del gobernador, del Presidente de la República, y no se diga del municipal. “Uso las malas paabras para ver si la gente reacciona”, decía. Usaba el lenguaje de la tribu y, ciertamente, sus textos no podrían reproducirse –leyes de imprenta aparte— en ninguna otra ciudad del mundo.
Su capacidad de convocación era impresionante: en dos semanas podía recolectar, desde y con su columna, 50 mil dólares para la operación de un niño prácticamente desahuciado.
Era, en el mejor sentido de la expresión, un tribuno de la plebe.



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