Wednesday, September 06, 2006

 

El señor Holmes

No es improbable que el método de investigación de Sherlock Holmes tenga como matriz la medicina experimental y no tanto porque en su tiempo la ciencia buscara una explicación causal, sino porque su creador (Arthur Conan Doyle, que vivió 71 años: de 1859 a 1930) se inspiró en un antiguo profesor suyo de la universidad: el doctor Joseph Bell, que deducía sus diagnósticos a partir de una minuciosa observación del paciente.
Esto de ser muy observador o desarrollar el llamado sentido de la observación era un rasgo de la personalidad del profesor Bell y lo fue también, a extremos casi de maniático, de Sherlock Holmes.
Nacido en Edimburgo en 1859, diez años después de la muerte de Edgar Allan Poe, contemporáneo de Chesterton y de Nietzsche, sir Arthur Conan Doyle hubo de abandonar para siempre la actividad médica y asumir –sin componendas de ninguna especie, pues la literatura “es una amante implacable que nunca perdona”— el oficio de escritor, gracias al éxito de su personaje Sherlock Holmes, que hace su aparición –o ve la luz primera de sus días— en Un estudio en escarlata.
Cuando era estudiante en la Universidad de Edimburgo, Conan Doyle aún no daba, por decirlo así, con el personaje de Sherlock Holmes. El único indicio de su inclinación hacia la literatura fue un cuento, “El misterio de Sassassa”, que publicó en el Chambers Journal. En cuanto terminó su carrera viajó como médico de un barco y probó suerte como oculista en Alemania. A falta de clientela, se puso a escribir relatos, como “Mi amigo el asesino”, o una novela como La firma de Girdlestone, que fue un fracaso rotundo.
Como no era ajeno a la inventiva novelesca del francés Emile Gaboriau, ni a la lectura de Poe, ni desconocía las peripecias analíticas del caballero Auguste Dupin, Conan Doyle concibió entonces a un personaje que concentrara en sí mismo las cualidades de la mente analítica, el espíritu lúdico y una marginalidad fundamental respecto a todas las instituciones, en especial la de la policía.
Inspirado en el doctor Joseph Bell pensó en ponerle nombre a su detective. Primero pensó en Sherringford Holmes, después en Sherlock Holmes, mientras que el nombre del doctor Watson, que cumpliría ante Holmes una función de interlocutor y de cronista ante el lector, lo encontró de inmediato.
Sherlock Holmes es flemático, misógino, dado a las citas literarias y cocainómano. Pero su pasión es el misterio. Ésa es su verdadera droga. Eso es lo que lo prende de manera más honda: la fascinación de un enigma, el desafío a su imaginación. Reúne además en una misma personalidad al detective “intelectual”, al investigador que trabaja desde el escritorio –como un político o un militar— y al mismo tiempo al hombre de acción. Se diría, pues, que refunde en una sola personalidad literaria tanto la tradición anglosajona de la novela enigma como la policiaca francesa.
Desde 1887, fecha de Un estudio en escarlata, hasta 1927 (tres años antes de la muerte de Conan Doyle), Sherlock Holmes presidió la vida de su creador.
Holmes es un personaje que se desprende de su autor. Cobra vida propia. Se le escapa como un globo, un papalote, o más bien, en este caso, un águila. Sherlock Holmes se vuelve un astro con luz propia.
Su método debe a la medicina un sistema de indagación y de interrogatorio. Carlo Ginzburg ha escrito en su ensayo Indicios: Raíces de un paradigma de inferencias indiciales (también traducido como Raíces de un paradigma indiciario) que la estirpe médica es común a Freud, al crítico de arte Giovanni Morelli y a Conan Doyle. “En los tres casos se presiente la aplicación del modelo de la sintomatología, o semiótica médica, la disciplina que permite diagnosticar las enfermedades inaccesibles a la observación directa por medio de síntomas superficiales, a veces irrelevantes a ojos del profano.”
El método indiciario, según Ginzburg (autor de El queso y los gusanos, Pesquisa sobre Piero, El juez y el historiador, entre otros libros), nace de los modos que tenía Morelli para investigar y determinar la paternidad de un cierto cuadro anónimo. Morelli reparaba en detalles que a la mayoría de la gente no le importaban: se fijaba en los rasgos menos trascendentes y menos influidos por la escuela pictórica a la que el pintor se suscribía: los lóbulos de las orejas, las uñas, la forma de los dedos de las manos y los pies.
Este sistema de comparaciones fue desarrollado de manera brillante por Castelnuovo, quien alínea el método de Morelli al lado del que, casi por los mismos años, era atribuido a Sherlock Holmes por su creador, Arthur Conan Doyle.
El conocedor de materias artísticas es comparable con el detective que descubre al autor del delito (el cuadro), por medio de indicios que a la mayoría le resultan imperceptibles. Como se sabe, son innumerables los ejemplos de la sagacidad puesta de manifiesto por Holmes al interpretar huellas en el barro, cenizas de cigarrillo y otros indicios parecidos.
En el cuento “La aventura de la caja de cartón”, Holmes se fija en los detalles –como suelen hacer los psicoanalistas con los datos en apariencia no importantes— de una oreja: el acortamiento del pabellón, la curva del lóbulo superior, la circunvolución del cartílago interno, a fin de determinar a quién pertenece una oreja que una inocente señorita recibió por el correo.


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