Wednesday, September 06, 2006

 

Borges y la literatura policiaca

Borges intentó alguna vez el género policial, aunque no se sentía “demasiado orgulloso” de lo que había escrito. Tuvo siempre la sensación de haber llevado lo policiaco “a un terreno simbólico que no sé si cuadra”. Escribió “La muerte y la brújula” y un volumen de relatos compartiendo la autoría y el pseudónimo con Adolfo Bioy Casares: Cuentos de H. Bustos Domecq. (Bustos era el apellido materno del padre de Borges.)
Se sabe asimismo que Bioy y Borges concibieron y enlistaron los títulos que dieron cuerpo a la colección del Séptimo Círculo (de novelas policiacas) en la editorial Emecé de Buenos Aires.
Cuando en 1978 Borges dio aquella serie de conferencias en la Universidad de Belgrano, y que luego se reunieron en Borges oral, trató el tema del cuento judicial.
En su propia obra se había acercado al género, así fuera de forma simbólica, como solía decir, y utilizando hasta cierto punto el tono o el esquema convencional (o mejor: clásico) de la novela detectivesca.
Ilán Stavans ha reparado muy bien en esta irresistible tentación de Borges al acometer la confección de, por ejemplo, “El acercamiento a Almotásim” y “La muerte y la brújula”.
El primero “no es un relato detectivesco, pues el crimen jamás se soluciona; sí es un experimento exquisitamente planeado, pues la deducción intelectiva se compara al camino ascético de la revelación”, dice Stavans, y puntualiza:
“Algo parecido ocurre en ´La muerte y la brújula´: en vez de un trasfondo hermético, este relato está montado sobre un escenario filosófico: Eric Lonnrot, un detective, tiene un archienemigo, Red Scharlach, quien ha jurado asesinarlo. En una ciudad dada suceden tras asesinatos consecutivos, simétricos en tiempo y espacio”, de tal manera que el cuarto homicidio consecuente será en una cierta fecha en el único lugar de la rosa que falta: el Sur. Una especie de concepción geométrica –es decir, spinoziana— de fatalidad.
“Para crearse su propia mentira, la razón ha seguido los lineamientos estrictos de lo deductivo”, dice Stavans.
Pero lo que Borges tenía que decir sobre el género policiaco está más bien en su conferencia transcrita de Belgrano: dice allí que la novela policial no necesita defensa: “Leída con cierto desdén ahora, está salvando el orden en una época de desorden.”
Y es que en nuestro tiempo, piensa Borges, la literatura tiende a lo caótico. Es muy fácil hacer versos libres y antinovelas, intentar improvisaciones novedosas o superficiales. Sin embargo, en este caos “hay algo que, humildemente, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial, ya que no se entiende un cuento policial sin principio, sin medio y sin fin”.
Borges reivindica el valor y la dificultad de la trama y nos recuerda que se ha olvidado el origen intelectual del relato policial (un invento de Edgar Allan Poe).
Poe no sólo concibió, como quien imagina una operación matemática, el cuento policial: también creó un nuevo tipo de lector: el que bucea en el texto de ficción policiaca.
Podemos pensar –dice Borges— que los argumentos de Poe son tan tenues que parecen transparentes. Lo son para nosotros que ya los conocemos, pero no para los primeros lectores de ficciones policiales; no estaban educados como nosotros, no eran una invención de Poe como lo somos nosotros. Nosotros, al leer una novela policial, somos una invención de Edgar Allan Poe.
El primer detective en la historia de la literatura, el caballero Auguste Dupin, es también un invención de Poe en “Los crímenes de la Rue Morgue”, con el que Poe inaugura el misterio de la pieza cerrada con llave.
El narrador, degustando un bocadillo de la inteligencia, recorre en la noche las calles desiertas, empedradas y mojadas de París, acompañando a Auguste Dupin (en el que se desdobla) y en busca del infinito azul que sólo da una ciudad cuando duerme: la sensación al mismo tiempo de lo multitudinario y la soledad, que estimulan el pensamiento.

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