Wednesday, September 06, 2006

 

Antes y después de Black Mask

Los nombres de Dashiell Hammett, Carrol John Daly y Raymond Chandler, que llevaron a niveles de excelencia la narrativa policiaca en Estados Unidos, estarán siempre asociados a Black Mask, la revista mensual fundada en Nueva York por H.L. Mencken y George Jean Nathan en 1920 y que circuló hasta 1951.
Después de 31 años, y luego de haber tenido varios dueños y directores, la revista dejó la sensación de que el relato policiaco ya no era ni volvería a ser el mismo. No es que en sus páginas se hubiera creado una fórmula o un nuevo esquema o una novedosa receta literaria. Se pasó, digamos, del relato enigma a la narrativa “negra”. Se trascendió como premisa de la trama la exposición de un misterio criminal que el autor y el lector habrían de descifrar como quien en álgebra despeja una X, para pasar a profundizar en el punto de vista del criminal: el azimut del asesino.
Lo explica mejor Herbert Ruhm, presentador y antólogo de Detective privado: antología de Black Mask Magazine:
Hasta la aparición de Black Mask, los relatos policiales británicos constituyeron el principal exponente de la ficción policiaca. Escritores como Arthur Conan Doyle, R. Austin Freeman, y E.C. Bently crearon un mundo en el que prevalecía un orden bastante estable y en el que el crimen era una aberración temporal. Pero el relato policiaco norteamericano que Black Mask contribuyó a desarrollar se basaba en la creencia de que no existía un orden social estable. Luego de la Primera Guerra Mundial (o de la Primera Guerra Europea, como prefiere decir Borges) y los años de la Depresión económica, el país experimentó un nuevo cinismo, una gran desconfianza en el gobierno, el poder y la ley.
En efecto, a las cosas se les empezó a llamar por su nombre: el clima moral y político que se reflejaba en las páginas de Black Mask era caótico: “La conciencia individual, la astucia y la osadía triunfaban sobre cualquier orden social.” Y, por supuesto, los policías también podían ser delincuentes: asaltantes, torturadores, gatilleros a sueldo. Sobre todo los policías.
Ese modo de ser directo y sin andarse por las ramas que tiene el idioma inglés hablado por estadounidenses cuajó de manera natural en el estilo que caracterizó a Black Mask. Ese lenguaje coloquial –que mejor que ningún otro reflejaba lo que acontecía en las calles: un mundo irracional y turbulento en el que predominaban los gángsters y los contrabandistas, los abogados y los políticos corruptos— se volvió una herramienta literaria tan original e innovadora como cuando lo incorporó Mark Twain a la novela en Huckleberry Finn.
Black Mask llegó a tirar 250 mil ejemplares, Hammett (autor de El halcón maltés) fue uno de los que le dieron un carácter más dintintivo: la frase cortante, dura, ágil, un lenguaje que convivía con la “impasible sátira” de Ring Lardner, la “ceremoniosa simplicidad” de Hemingway, la “vacilante prosa” de Sherwood Anderson, sus contemporáneos. El mundo de Hammett –es decir, el de Black Mask— tenía como obsesión la violencia, la codicia como motivo, y el poder como contexto. Si Hammett reintegró el crimen al callejón, Raymond Chandler lo sacó de los bajos fondos e hizo ver que en todos los estratos de la sociedad se urdían, se encargaban o se cometían asesinatos.
Black Mask fue un estupendo campo de entrenamiento para escritores. En sus páginas los narradores podían experimentar con la reacción de los lectores y señalar las fallas, los flancos débiles de un texto que aún no habían rescatado entre las portadas de un libro.
En vida, Chandler se negó a que se reeditaran sus cuentos aparecidos en Black Mask porque sentía que eso equivaldría a “canibalizarlos” y porque la mayoría de esos relatos más tarde se convirtieron en novelas como La dama del lago, El sueño eterno, El largo adiós.
No deja de ser ilustrativo –para el escritor en ciernes— comparar en un trabajo de taller literario los cuentos con las novelas, estudiar cómo “Asesino en la lluvia” y “El telón” se fundieron en El sueño eterno y aproximarse al proceso creador de Raymond Chandler.
Las pulp magazines, como Black Mask, estaban hechas de papel muy barato y se vendían a diez centavos o a 25. Su papel (es decir, su pulpa) se hacía de madera triturada y no de virutas de madera; eran de fibra muy corta que las volvía frágiles y efímeras, difíciles de preservar. Existen muy pocas colecciones completas. Salieron del mercado cuando fueron desplazadas por los libros de tiras cómicas. Pero la calidad de sus textos no ha envejecido. De ahí la importancia del rescate que se hace en esta antología de Black Mask Magazine.

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